Me llamo Pedro y en casa me llaman Pedrito, será porque sólo tengo siete años. Soy un apasionado de las novelas detectivescas y mis escritores preferidos son: Sir Arthur Conan y Agatha Cristie, autores de los famosos detectives Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Antonio y Aurora son mis padres y Lorena es mi hermana pequeña. Papá es agente de seguro y ha sido trasladado de una capital de provincia a la gran ciudad, donde forma parte del equipo directivo. En este momento la compañía de mudanzas está trasladando nuestros enseres a la nueva vivienda. El piso consta de cuatro dormitorios: tres están amueblados.
—Necesitamos amueblar el cuarto dormitorio para cuando venga el tío Jesús –comenta papá con el metro en la mano para tomar medidas de los muebles que tendremos que comprar en un súper donde nos quedaríamos a comer.
—Mesa, sofá cama, mueble estantería y tres sillas –dice papá anotándolo en una libreta.
—A las seis ya estaban todos los muebles en casa.
Me he informado que esta barriada es una ciudad dormitorio donde la mayoría de los padres trabajan. Dejan a sus hijos en el aula matinal y los recogen por la tarde. Los niños comen en el comedor escolar. Si vuestra madre trabajara, vosotros también comeríais en él.
—A mí me gusta comer en casa, mamá prepara unas comidas fabulosas.
—Gracias Pedrito por la lisonja
—¿Por la qué…mamá? –balbuceó Lorena, intentando decir la última palabra de la frase.
—Por el piropo Lorena. Cuando estés en primero te enseñarán los sinónimos y los antónimos.
—¿Y quiénes son esos? ¿Los conozco?
—Es imposible que les conozcas porque acabamos de llegar a la capital.
—Déjalo Pedrito, tu hermana no ha dado esa parte del Lenguaje y tú te aprovechas.
Me dirigí a la estantería a coger un libro y al sacarlo, se cayó el diccionario del bisabuelo, era un libro viejo con pastas de cuero de un color indefinido, entre el marrón claro, el oscuro y el amarillo. Los bordes estaban raídos por el paso del tiempo y por su uso. Las hojas eran de papel grueso, algunas amarilleaban, por eso, el libro abultaba tanto.
Estaba escrito a mano, con letra digna del mejor escribano, como si lo hubiera escrito un monje de convento. Al recoger el libro del suelo, una de las pastas de cuero se despegó. Dentro había un papel doblado. Empecé a leer: “Los sueños son sueños, pero a veces parecen realidad. Si son malos se llaman pesadillas y cuando las sufres lo pasas mal; pero si son buenos, te recreas con lo que sueñas, te sientes transportado a otro mundo distinto, no quieres despertar y cuando lo haces, intentas recordar lo soñado, aunque no siempre se consigue. Al despegar la pasta, has abierto una puerta al pasado. Cuando quieras averiguar algo que haya ocurrido, duerme con el libro debajo de la almohada y me pondré en contacto contigo para solucionar tus problemas. ¿Cómo? ¡Ya lo averiguarás. Si no eres miembro de la familia, no intentes usar el libro, advertía.
Resumen de una novela publicada en 2014, que no está a la venta (primera entrega).
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