Dingo es el nombre que se da en general a perros haciendo referencia a los canes australianos, que se suponen perros, de gran talla y bravos en las peleas.
Nuestro Dingo era diferente…era un hurón, no pesaría ni medio kilogramo pero su simpatía era tan grande que me conquistó desde el primer encuentro en la consulta veterinaria.
Para comenzar, se subió a mi brazo y trepó hasta lograr mordisquear mi oreja, suavemente, como muestra de cariño. No mostró temor alguno estando en la mesa. Más bien estaba muy activo curioseando por todas partes.
Como es obligación, tanto perros, gatos y también hurones deben vacunarse anualmente contra la rabia. Para eso vino y eso hicimos.
No había pasado ni media hora y recibo una llamada angustiosa que se había puesto muy malo, que venían en camino pues era urgente y estaban ya en el pueblo vecino.
Ponerlo en la mesa y quedarse quieto fue una sola cosa…no respiraba ni se movía. El corazón aún latía aunque muy pocos latidos por minuto.
De inmediato lo sometimos a tratamiento de shock…pero nada, no respondía y los minutos iban pasando…el tiempo se terminaba y ya la familia rompió a llorar.
Tras casi quince minutos intentando reanimar, cuando ya la fatalidad rondaba el ambiente, como si fuera por una bendición divina…¡al fin reaccionaba a los estimulantes respiratorios que habíamos inyectado!
Había retornado o al menos eso creíamos, una hora después ya era el Dingo de siempre, ¡había resucitado!
El acto de vacunar mascotas trae siempre el riesgo igual que en los humanos de producirse una reacción que obliga a tratar de inmediato, las primeras dos horas son determinantes. Es prudente siempre observarlos durante ese tiempo, por lo general se recuperan bien.
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