—¿Me gustaría saber qué le trajeron los Reyes a Rafa?–pregunté a la seño el 8 de enero.
—¡Nada!, ya se lo he preguntado. Veamos que pidió en la carta que escribió en clase.
—Pidió una riñonera como la tuya y un trabajo para su padre. Yo me encargo de la riñonera y tú de buscarle trabajo –respondió la señorita Carmen.
—¡Ya me tocó el marrón! –exclamé (espero que el bisabuelo me solvente la papeleta)
Buscamos la ficha del padre de Rafa para ver su profesión. Era: albañil, fontanero, escayolista y pintor de exteriores e interiores.
Dos noches después, el espíritu de mi pariente me informó que había encontrado dos trabajos. Uno en la otra parte de la ciudad como repartidor y montador de muebles y otro, de portero y mantenimiento de un bloque de doce plantas, en una urbanización cercana. El portero se marchará dentro de seis días, se jubila y están buscando uno nuevo para sustituirle. El sueldo no es gran cosa, pero disponía de vivienda gratis y no pagaría ni luz ni agua ni teléfono ¡Ah!, necesitaba una carta de recomendación, se la podía hacer don Andrés el director. Por último, me dio la dirección del bloque y el nombre del presidente de la comunidad.
Se lo conté a Carmen, ésta a Marisa, la profesora de Rafa y las dos, al director. Desde el despacho llamaron por el fijo al padre de Rafa. Le comunicaron la noticia y le dieron la dirección del bloque. La carta de recomendación se la darían a Rafa.
Siete días después, el padre de Rafa, era el portero del bloque. Dejaron el piso donde vivían de alquiler y se trasladaron a la nueva vivienda. En el bloque había más de diez pisos vacíos, el portero tenía las llaves de todos y era el encargado de enseñarlos a los futuros alquiladores. Si alquilaba alguno, el dueño le daba una buena comisión. No era de extrañar que, en pocos días, los dueños de los pisos vacíos se pusieran en contacto con él. Algunos fueron a visitarlo personalmente y otros le llamaron por teléfono. Querían alquilar los primeros. El segundo día de trabajo, el padre de Rafa, alquiló uno y el dueño le regaló trescientos euros. Era la mitad de su sueldo. El matrimonio se puso muy contento. Hacía tiempo que no disponían de tanto dinero, ya no tenían que guardar para pagar la luz el agua y el teléfono. La misión del portero era: mantener limpio el hueco de escaleras hasta los ascensores, el patio, encargarse de los contenedores de basura y atender el telefonillo de la puerta; pero cualquier chapuza en el interior de las viviendas las cobraría (pintura, grifería albañilería…). Estaba muy contento con su nuevo trabajo.
—Ya no me traigas más bocadillos, mamá me los pondrá de ahora en adelante, dale las gracias a tu madre —me comunicó Rafa en el recreo mostrando agradecimiento.
El sábado celebré mi cumpleaños. Invité a la seño y a sus padres. Durante la celebración apareció mi tío Jesús. Traía un regalo para mí. La cajita era pequeña, pero pesada y sonaba al moverla. ¿Qué sería? Cuando la abrí, encontré unas esposas de acero.
—¡Son de verdad! –exclamé en voz alta.
—A un detective desarmado, nunca le deben faltar unas buenas esposas. Costó mucho tiempo conseguirlas, sólo se las venden a los policías y empresas de seguridad. Las compré bajo cuerda en un mercadillo.
—¡Pues yo no veo la cuerda debajo! –exclamó Lorena haciendo reír a la concurrencia.
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