—¡Apresuraos! ¡Apresuraos! ¡Esconderos en el bosque! –gritó un ave granívora desde lo alto de una rama.
—¡Démonos prisa! Se acercan las aves carnívoras. Como nos vean, no habrá siguiente generación. El aviso de nuestro amigo puede salvarnos la vida –ordenó a sus congéneres el gusano de cabeza.
Mila, se camufló entres las grietas de las cortezas de un pino, procurando evitar las zonas resinosas para no quedarse pegada. Alargando su blando cuerpo, encontró cobijo debajo de una lasca de la corteza. Inma, ocultó su cuerpo entre la hojarasca, pegándose a un trozo de rama podrida. No quiso que una ráfaga de viento levantara las hojas secas dejándola al descubierto.
Beli, quiso imitar a Inma, pero encontró un trozo de cristal y se ocultó debajo. Era un refugio seguro a prueba de picotazos. Isa, aprovechó la parte baja de un pétalo de rosa silvestre para adherirse a él. El peso de Isa hizo que el pétalo se inclinara, ocultándola por completo. Ruth, escogió dos pétalos de amapola para esconderse.
La mayoría de los gusanos verdes, fueron a las hojas verdes de los arbustos, algunos, por falta de tiempo, se mimetizaron en los troncos. Los gusanos blancos coparon los copos de algodón, que arrastrados por el viento, descansaban en el suelo entre púas de mimosas. Los más rezagados, eligieron la parte posterior de un tronco quemado por algún cazador furtivo para calentarse.
La bandada de aves pasó de largo, sin percatarse, que debajo de ellas había un suculento festín.
—¡No salgáis todavía, vienen más! –volvió a chillar el ave desde su rama.
Llegó la noche y con ella el descanso. La mayoría de los gusanos soñaron que podían volar como las aves. La luz del astro rey atravesando las ramas de los árboles, les despertó.
—¡No puedo moverme! ¡Yo tampoco! ¡Ni yo! ¡Ni yo! –gritaron los gusanos.
—No os preocupéis, ha llegado nuestra hora. Cada uno que vaya haciendo su capullo. Dentro de tres semanas seremos hermosas mariposas y podremos volar como las aves – manifestó Beli.
—¡Ya era hora! exclamó Miriam -. Estaba cansada de arrastrar mi cuerpo. Yo he nacido para volar y no para restregarme por las suciedades del suelo.
—Agitaré mis alas y volaré como las aves –dijo Maku desde la copa de un arbolito.
—¿Estás segura de tus palabras? –preguntaron a Beli.
—¡Estoy segura! Mis genes me lo confirman y yo confío en ellos.
Como si fuera un concurso de arquitectos, comenzaron a construir la bóveda cerrada donde pasarían las tres semanas siguientes. La saliva de su boca se solidificaba al contacto con el oxígeno del aire formando un hilo resistente, que iba poco a poco formando la cavidad. Después de la construcción, que duró varios días, el cuerpo de los gusanos quedó reducido a menos de la mitad. Comenzaba la metamorfosis, uno de los grandes prodigios de la naturaleza. Tres semanas después, un sonido imperceptible al oído humano, comenzó a escucharse en la zona boscosa.
Ras, ras, ras…
Dentro del capullo las mariposas rompían el hilo tejido por los gusanos. Con gran destreza y esfuerzo, y completamente mojadas, salían de su interior buscando el sol y el aire para secarse. Siguiendo las pautas de una tabla de gimnasia, fueron desplegando sus pringosas alas. Pronto el ras ras se mezcló con el vaivén del aleteo.
Los gusanos que se camuflaron entre las hojas de arbustos y en los troncos, lucían alas verdosas con lunares azules y marrones. Los que hicieron el capullo entre algodones, lucían alas blancas, como el rocío de la mañana. Los de los troncos, salieron marrones con lunares amarillos, lo mismo que los que se ocultaron entre la hojarasca. Del tronco quemado surgieron las enlutadas. Ruth, salió roja con lunares negros, imitando los colores de las amapolas y Maku salió pelirroja, como el cielo arrebolado del atardecer. Hubo una mariposa que destacaba sobre las demás por su tamaño: era Merchi. Había nacido con los colores del arco iris. Su aleteo silenciaba el de sus congéneres. Cien mariposas multicolores reunidas en tan poco espacio y agitando sus alas, parecían las luces encendidas de un árbol de Navidad.
El grupo inició el vuelo en busca de comida y refugio, sin pensar, que en tres semanas desaparecerían, dejando un sinfín de huevos. Los gusanos que nacieran de los huevos, volverían a ser mariposas. El ciclo de la vida continuaría.
Recomendado a partir de los 7 años.
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