Según la leyenda, Pigmalión era un escultor que creó la estatua de una mujer muy bella, la mujer ideal. Tan encantado quedó con su obra, que se enamoró perdidamente de la estatua y pidió a la diosa Afrodita que le concediese convertirla en mujer. La diosa le concedió su deseo y finalmente pudo conseguir su sueño.
De esta leyenda se extrae la premisa de que Pigmalión creyó que esa estatua era su ideal de mujer y tanto lo creyó que lo acabó siendo. En psicología esta leyenda nos ayuda a explicar cómo las expectativas y creencias de los demás nos acaban afectando tanto que la mayoría de las veces se acaban cumpliendo. También, es sumamente importante las creencias que tengamos de nosotros mismos. Si pensamos que somos torpes seremos torpes, si pensamos que no vamos a ser capaces de hacer algo, será muy difícil que lo hagamos. Pero al contrario, si pensamos que tenemos cierta cualidad, esa creencia, adquiere tanto poder que acaba convirtiéndose en realidad. Se suele decir que hay que tener cuidado con aquellos mensajes que les mandamos a los niños cuando son pequeños, ya que si a un niño inquieto y algo travieso continuamente le llegan expresiones como “este niño que malo es” o “niño, no seas tan malo”, al final, él mismo acaba creyendo que es malo.
Robert Rosenthal, psicólogo estadounidense, y Lenore Jacobson, directora de escuela en California, llevaron a cabo un experimento muy interesante en la década de los 60. A un grupo de niños les hicieron una prueba, cuyos resultados indicarían la capacidad intelectual naciente o potencial de esos niños, aunque realmente no le estaban haciendo dicha prueba, sino que la prueba media otras aptitudes no verbales. Tras los resultados “ficticios” de esa prueba, estos investigadores dijeron que dentro de la clase había un grupo (un 20% de la clase), que habían destacado sobre los demás y que eran unos alumnos aventajados, que seguramente sacarían las mejores notas de la clase. Estos alumnos fueron elegidos al azar.
Ocho meses más tarde, se reunieron con los profesores que formaron parte del experimento, para contrastar los resultados. Y lo más sorprendente de todo fue que ese grupo del 20% fue el grupo que mejores resultados sacaron en el curso. Si la prueba había sido ficticia y los niños fueron escogidos al azar, ¿cómo es posible que se cumpliese que ese grupo iba a ser el que tendría mejores notas? Pues porque esos niños estaban siendo tratados con la creencia de qué realmente eran los que mayor potencial tenían. Había una relación directa entre las expectativas de los profesores con el rendimiento de esos niños. Gracias a este experimento y a otros experimentos en esta línea, se da forma a la idea de la profecía autocumplida de Pigmalión, es decir, si creo que alguien es listo, hábil y muy capaz de hacer algo y a ese alguien lo trato con esa premisa, esa persona acabará siendo lista, hábil y muy capaz de hacer ese algo.
La percepción que los demás tienen de nosotros posee un efecto potenciador o limitador en nuestra mente. Acabamos creyéndonos lo que los demás piensan de nosotros. Si es en positivo, perfecto, nos sirve como catalizador de nuestras capacidades y éstas se potencian y magnifican.
Sin embargo, si alguien al que consideremos un referente para nosotros no cree en nosotros y no nos valora lo suficiente, muy posiblemente puede afectar a nuestra autoestima y tener un carácter limitante y negativo en nosotros. De igual manera, lo que nosotros creamos con fuerza acerca de nosotros mismos tiene el mismo poder.
De todo esto, extraigo una reflexión. Debemos ser siempre potenciadores en positivo para los demás y para nosotros mismos. Como padres, profesores, abuelos, tíos, amigos o compañeros de trabajo, deberíamos siempre ser un potenciador de altas capacidades. Podríamos ser para los demás como esos investigadores y colaborar a que las personas que nos rodean consigan su máximo potencial y no minar su autoestima. Y también, creer de nosotros mismos que podemos conseguir nuestra mejor versión. La actitud es lo más importante.
“Aléjate de la gente que trata de empequeñecer tus ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero la gente realmente grande, te hace sentir que tú también puedes ser grande”. Mark Twain (1835-1910).
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