Siempre hemos escuchado decir que los niños son como esponjas, que los idiomas se aprenden mejor cuando son pequeños/as, que imitan todo aquello que les rodea… Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?
Los niños y niñas absorben no sólo contenidos académicos y lenguaje, sino también reglas sociales o el uso correcto de palabras complejas, el descubrimiento de los periodos del aprendizaje ha demostrado la importancia de la estimulación de diferentes áreas del cerebro en momentos concretos del desarrollo.
Es en la edad de preescolar cuando se aprenden y se utilizan apropiadamente hasta diez palabras nuevas por día. Pero es alrededor de los diez años cuando se aprende que una misma palabra puede ser utilizada para fines diversos. Durante los seis primeros años su cerebro tiene un potencial que no volverá a tener en toda su vida. A lo largo de este periodo se asientan las bases neurológicas de su desarrollo intelectual y emocional. La confianza, la autoestima, nuestra forma de pensar o la forma en la que aprendemos y recordamos se estructuran principalmente durante estos primeros años de vida. Además de esto, estamos presenciando la aparición de la primera generación de seres humanos expuesta al uso de ordenadores conectados a Internet desde que tienen uso de razón, con los recursos de la red fijados en su cerebro de forma nativa, es asombroso contemplar a nuestros/as niños o niñas “digitales” usar el ordenador, nuestro móvil o los videojuegos con la destreza de un experto.
Aprovechar este potencial no significa que debamos exigir al niño que se involucre en todo tipo de actividades extraescolares. El cerebro humano no engulle sin más la información que recibe de su entorno: la procesa, la interpreta y debe darle un significado, y sabemos que el aprendizaje es un proceso activo que se vincula directamente con las emociones.
Queremos que los niños y niñas sepan leer y escribir desde muy temprana edad, cuando lo más prioritario sería el juego y, a través de él, todas las aptitudes del movimiento, de los sentidos, de la interacción social y emocional. Así, el juego ha perdido valor, parece que los juegos que no enseñan no tienen sentido, cuando el principal propósito de este en la infancia es la diversión y el disfrute. Nos han convencido durante años de que los niños son como esponjas y, por tanto, vamos acelerando etapas en su desarrollo sin saber que el cerebro también tiene sus tiempos y, sobre todo, sus necesidades. Casi sin darnos cuenta, en ese afán por educar a nuestros hijos e hijas potencialmente brillantes, lo que conseguimos es criar pequeños híper estimulados y con nivel de ansiedad mayor que el de sus padres. Las investigaciones científicas demuestran una y otra vez, que la verdadera clave del desarrollo cerebral infantil se encuentra en la manera en que las madres y los padres se relacionan y conversan con sus hijos.
Los niños y niñas son exquisitamente sensibles, muy perceptivos, compasivos y, tan empáticos, que absorben las emociones del entorno y las hacen propias. Tienen un radar emocional y captan con precisión nuestros estados de ánimo. Si nos perciben agobiados, se acercan y nos dan una caricia; si nos sienten enojados, nos ayudan a calmarnos, sufren si ven sufrir un animal, se angustian ante una injusticia o se alegran al ver reír a otro niño. Ese corazón de esponja es lo que los hace especiales. Solo hay que enseñarles algunas cosas y ofrecerles actividades para que esa sensibilidad les juegue a favor.
Los niños son como esponjas que aprenden todo lo que ven, sé consciente de lo que les enseñas. Recuerda que no es por ti, sino por ellos y su futuro, que tu hijo no solo te escucha, también te mira y aprende por medio del afecto, del amor, de la paciencia, de la comprensión, de la posibilidad de hacer y de ser.
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