—Virtuditas — Va dime ¿que quieres de mi?
—Ignacio— Tus labios,
—Virtuditas— ¡Calla! Pues no han de ser tuyos,
—Ignacio— Dime , ¿ Por qué no ?
—Virtuditas— Porque no fui primer plato
—Ignacio— Pero mi sangre se hiela, cuando te acercas despacio,
—Virtuditas— ¡No!, la sangre que tú ignorabas, ¡No han de ser tuyos mis labios!
—Ignacio— ¡Mirame!,
fuego de hoguera encendida se me suben por el brazo, hastaatraversarme el pecho con recuerdos de esos años. No he conseguido que mengüen y tras un gran desengaño, mi alma se descubre entera mostrándome enamorado
—Virtuditas— ¡Dejame!, que no es posible, ¡apártate de mi lado! ¡Que se me enciende la luna y no controlo mis actos!
Ignacio— Pero, ¡cuéntame la causa! ¿Qué impide que nos queramos?
—Virtuditas— Yo no te quiero, ¡vete!
—Ignacio— Que no me quieres , ¡Qué va!—[ con tono irónico] ¿Tú pregúntale a los astros, que vieron la noche aquella junto a la fuente del patio? ¿Quien me lanzó la mirada? ¿Quien me acarició las manos? Y quien se cuela en mis sueños, cuando regreso al pasado? ¡Di!¿quien fue?
—Virtuditas— Ya lo se, yo, pero no pude evitarlonya que por aquel entonces, lo nuestro no era un calvario. ¿Quien se buscó otra mujer?
¿Quien me negó sus abrazos?, ¿quien me amo solo una noche y luego se fue a caballo?. ¿Quien me acurrucó en su pecho? Vete ya, que esto no es sano, que tengo abiertas las venas por culpa de tus rechazos.
—Ignacio— No es verdad que miré a otras, no es verdad que aquel verano, me fuese a voluntad mia, puesto que me fui obligado, y juro frente a tus ojos, que de noche, por el campo, cuando paseaba solo, solo pensaba en tus labios, en la sonrisa que tienes, en tu cabello tan largo, en lo mucho que me quieres, pero no lo veía claro.
—Virtuditas— ¿Y ahora si?, Eso no cambia, si allí no lo veias claro,¿a qué vienes a buscarme, al cabo de veinte años?
—Ignacio— Fue la desesperación, siempre fuiste primer plato, más también dulce prohibido, por la edad que nos llevamos. Pero, niña has de saber, que el hueso de mi costado, chirría como un cuchillocuando se alejan tus pasos.
—Virtuditas— ¿Qué dices?. ¡No puede ser! Sácame de este letargo, que quiero vivir tranquila, ¿es qué no lo entiendes, Ignacio? Veinte primaveras sola, y en ti por siempre pensando, perdida entre tus perfumes, desnuda sobre el establo. Callada en esas reuniones,
de fantasmas y de engaños. Yo soy la flor que da olores, yo soy la miel en los labios, y tú eres abeja perdida, que se entrega a todo el ramo. No quiero ser otra chica, que cae loca en tus brazos, pues si me quieres de veras, de aquí al sepulcro a mi lado.
—Ignacio— No hay tumba que yo quisiera, para mi ya amortajado, sino aquella donde guarden tus huesos frios y blancos. Y que tu cuerpo y el mío, fundiéndose en un abrazo, crucen la orilla del río, la que lleva al cielo andando. Desde hoy, yo tu marido, y nunca más desengaños, ni ausencias ni condiciones, ni amores , ni más quebrantos. Venga, va, ¿qué más razones, quieres que te despacio? ¿Qué pruebas echas en falta? Yo sin ti, no soy Ignacio.
—Virtuditas— Y de verdad que me quieres?
—Ignacio— Más que a mi.
—Virtuditas— Venga, ¡demos el paso! Casémonos en la iglesia. Tú de negro, yo de blanco. Para que cuando nos miren, por el pueblo en un gran carro, digan que guapa es la novia, digan que novios mas guapos. Que aun los grillos murmuran, que yo me quede esperando, mientras paría la luna.
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