Casi de la mano con el artículo de la anterior entrega, otro de los aspectos fundamentales cuando vamos de senderismo es la hidratación. Casi mucho más importante que la alimentación, ya que si pasamos hambre, aguantaremos, pero ¿sin beber? Difícil se pondría la cosa.
Salimos a andar. Y si andamos con continuidad, la temperatura de nuestro cuerpo aumenta. Como el organismo está muy bien hecho, lo primero que hace es utilizar el sistema más a mano que tiene para refrescarse: sudar. Esto significa que eliminamos agua y sales minerales a través de nuestra piel. Nos deshidratamos.
Si no reponemos esa pérdida, nuestro rendimiento físico se merma, nuestra sangre se hará más densa y viscosa dificultando su circulación por nuestro organismo, podríamos sufrir lipotimias, golpe de calor, fallo renal e incluso llegar a perder el conocimiento.
No sólo vamos a deshidratarnos por el sudor, sino que también tenemos que tener en cuenta el agua que perdemos por la orina y al respirar, sobre todo en altitud que el aire suele ser mucho más seco.
Existen factores que van a influir en nuestro equilibrio hídrico, y entre ellos podemos citar como más importantes la dificultad y duración de nuestra actividad (más larga y complicada más sudamos), la climatología y temporalización de la ruta (más temperatura y humedad más pérdida de agua, caminata diurna o nocturna) y nuestra condición y complexión física (dicen que si estamos en forma sudamos menos y a tener en cuenta nuestro volumen corporal y si sufrimos alguna enfermedad tipo gastroenteritis, diabetes, etc.).
Como el 80 % de nuestro cuerpo es agua, una pérdida de un 2 % de ese volumen ya nos ocasionaría problemas. Así que hay que beber antes, durante y después de la actividad.
Suponiendo un consumo medio de unos 2-2,5 litros de agua, lo ideal es ir bebiendo periódicamente cantidades pequeñas, antes incluso de que nos invada la sed, y conseguiremos mantener una buena hidratación durante nuestra jornada de senderismo. Podemos utilizar como indicar de nuestro estado del color de nuestra orina: mientras más claro sea, mejor estamos.
El problema añadido que nos surge es como transportar esa cantidad de líquido. Aunque confiemos en rellenar en las fuentes que pudiese haber en el camino, no podemos fiarnos ciegamente en esto, ya que podrían estar secas. Mejor prevenir. Para esto las botellas isotermas (mejor pequeñas y podemos repartir el peso en la mochila) y los sistemas camelbak copan el mercado.
¿Y que bebemos? Pues lo mejor agua, aunque no está de más acompañarlo de algún preparado isotónico en pequeñas cantidades, ya que como hemos apuntado, perdemos también sales minerales. Como no vamos a hacer publicidad gratuita, sirva como receta 10 gr de sal, el zumo de medio limón y 60 gramos de azúcar en un litro de agua. Además si ingerimos alguna pieza de fruta, mejor que mejor. Evitar las bebidas energéticas, estimulantes y gaseosas, ya que suelen ser diuréticas.
¿Y si nos quedamos sin agua? Pues aquí surgen varias opciones, teniendo en cuenta la máxima de no beber nunca aguas no tratadas. La más sencilla y rápida sería acudir a los compañeros. Otra podría ser potabilizar cualquier recurso hídrico que encontremos, mediante procedimientos químicos (pastillas) o físicos (filtros), con el consiguiente riesgo que contraeríamos. Y si no tenemos compañeros cercanos, ni forma de potabilizar agua e incluso ni fuentes, ni manantiales, ni ríos, ni nada de nada ….. pues aguantar por si encuentras pronto algo de agua y si empiezas a notar alguno de los síntomas graves descritos, llamar al 112 antes de comprometer tu salud.
Es otoño en los senderos. Alguien viene por el páramo detrás de mí. Yosa Buson
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