Si a cualquier persona se le preguntara qué insecto de su casa le resulta más molesto, casi seguro que se referiría a los mosquitos. Y es que los mosquitos no sólo son molestos porque con su zumbidos nocturnos nos anuncia un picotazo y el cobro de una porción de nuestra sangre, sino porque, además, según qué mosquitos y qué lugares de la Tierra, estos insectos son los vectores de las enfermedades más graves y que afectan a más personas del mundo, sobre todo en zonas tropicales.
Aunque con el término “mosquito” se aluden a especies muy diferentes, el grueso lo reciben unos Dípteros (insectos con solo un par de alas membranosas, el segundo reducido a un par de muñones o balancines) del grupo Nematóceros y familia Culicidae, que tienen como características comunes patas muy largas y delgadas (por eso en Latinoamérica le llaman “zancudos”), de cuerpo delgado, antenas filiformes en la hembra y plumosas en el macho, y una alimentación de la hembra fundamentalmente hematófaga, es decir, los adultos se alimentan de sangre, para lo cual disponen de un aparato bucal picador-chupador. Dentro de este grupo hay varias especies de mosquitos que se han hecho famosas por las enfermedades que transmite. Así, la fiebre amarilla, el dengue y otras enfermedades víricas son transmitidas por Aedes aegypti y en otros lugares por el mosquito tigre Aedes albopictus (esta especie ya se ha detectado en el Levante español); la malaria es transmitida por varias especies del género Anopheles, como Anopheles gambiae y Anopheles funestus de momento en zonas tropicales; y finalmente la fiebre del Nilo Occidental puede ser transmitida por el mosquito común, Culex pipiens, que es el mosquito más abundante del Mediterráneo y el que con toda seguridad le ha picado alguna vez en sus vidas, aunque afortunadamente sin consecuencias apreciables en la mayoría de los casos, más allá de la típica roncha pruriginosa.
En la mayoría de los culícidos hembra, las piezas bucales forman una larga probóscide preparada para perforar la piel de los mamíferos (o en algunos casos de aves, reptiles o anfibios) para succionar su sangre. Las hembras requieren del aporte que constituye la sangre para poder iniciar el ciclo gonotrófico y poder hacer así una puesta de huevos. Cada puesta ha de ser precedida de la ingesta de sangre. La dieta de los machos consiste en néctar, savia y jugos de frutas, generalmente ricos en azúcares, por lo que tienen un aparato bucal distinto, de tipo masticador. Las larvas toman el alimento en el agua. Como contrapartida, tanto las fases preimaginales (larvas y pupas) como los adultos, son depredados por una gran diversidad de organismos.
Como en otros insectos holometábolos (con metamorfosis completa) el desarrollo atraviesa cuatro fases distintas: huevo, larva, pupa y adulto. La puesta se hace en aguas estancadas de cualquier lugar, incluidos depósitos de agua, charcos, etc (con tal de que tenga al menos 1 cm de profundidad). y formando grupos. La larva eclosionada tiene pues una vida acuática, pero respira por un espiráculo que tiene en el extremo abdominal que asoma fuera del agua, de ahí que las veamos perpendicularmente boca abajo de la superficie del agua, desplazándose con contracciones corporales. La tasa de crecimiento corporal depende de la especie y de la temperatura. Por ejemplo, Culex tarsalis puede completar su ciclo vital en 14 días a 20 °C y en sólo diez días a 25 °C. Algunas especies tienen ciclos vitales de apenas siete días y otras, en el extremo opuesto, de varias semanas.
Se han realizado numerosos estudios para conocer cómo se guían las hembras de los mosquitos para seleccionar sus presas, porque está demostrado que de dos personas en una habitación ataca más a una que a otra. Un estudio reveló una secuencia de ataque del siguiente modo: a 50-10 metros de distancia, los mosquitos detectan a las personas (u otros animales) porque huelen el CO2 que emiten; cuando llegan a 15-5 metros, ya pueden ver a su víctima, y cuando se acercan aún más, a menos de un metro, también son guiados por el calor que emite su cuerpo, que no es igual en todas las personas. De hecho, cuando están cerca, estos insectos vuelan hacia el objeto que esté a 37 ºC, aproximadamente la temperatura del cuerpo humano, sin necesidad de que hubiera CO2, lo que demuestra que los estímulos visuales y térmicos son independientes. Otros estudios determinaron que el sudor de las personas emiten componentes químicos, algunos de los cuales pueden atraer más a los mosquitos. También se ha establecido que la composición de la flora bacteriana en nuestra piel, diferente entre individuos, puede ser otro factor. Finalmente se demuestra que las embarazadas son más hostigadas, lo que se atribuye a que seguramente emiten más CO2.
La relación de los mosquitos con el paludismo fue constatada en Europa desde hace tiempo, motivo por el cual se fueron aplicando una serie de medidas destinadas a la destrucción de las larvas, desecando zonas inundables, charcas, pequeñas lagunas, etc. o tratando con insecticidas como el tóxico DDT sus focos de cría y lugares de reposo incluyendo casas. Estas actuaciones comportaron a menudo efectos secundarios ambientales más o menos adversos. Más saludable es el empleo de mosquiteras, mallas finas en las ventanas que no permitan el paso de los mosquitos o, si se sale fuera, rociarse la piel expuesta con alguno de los diversos repelentes que se dispensan en las farmacias. No es aconsejable dormir con un difusor de un insecticida porque sus efectos sobre la salud (especialmente el sistema endocrino) pueden ser indeseables.
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