—¡Déjame tu móvil! Llamaré con él. No quiero usar el mío por si devuelve la llamada seas tú, como parte interesada el que lo coja.
—Son las siete y veinte de la mañana, ¿no te parece muy temprano para realizar la llamada.
—Déjate de pamplinas, esto es una urgencia y como tal hay que tratarla. Sé positivamente que está despierta, el correo lo ha enviado hace veinte minutos.
—Lo que mande el señor abogado.
—¿Vera?
—¡Sí! ¿Quién eres?
—Acabo de leer en mi correo tu solicitud de trabajo y me he emocionado. Si te interesa un puesto de camarera en mi barrio, ya puedes venir a trabajar, el dueño te espera. Puedo adelantarte, que tanto él como su señora son dos bellas personas.
—Me interesa todo lo que sea trabajar. ¡Dame la dirección!
—¡Apúntala!
—Sólo está a treinta minutos en autobús. Dentro de una hora estaré ahí.
Su tono de voz me cautivó. Había sonado en mi cerebro como cántico gregoriano interpretado por querubines, pensé. Mientras ampliaba un poco su foto en mi ordenador para admirar el color de sus ojos azules.
Sobre las ocho, ya tenía más de veinte solicitudes en la pantalla.
—¡Ésta la conozco! Exclamé en voz alta.
—¿A quién conoces? –preguntó Pedro mientras preparaba un café a un cliente.
—A la chica de la foto. Ha sido compañera mía tres cursos. Recuerdo que se incorporó en segundo. Le pondré un correo, se alegrará.
Mi vejiga no aguantaba más y me levanté para hacer un pis. Mientras orinaba, la voz de mi bisabuelo penetró en mis tímpanos. Como no lo esperaba, me asusté y en un acto reflejo cerré mi bragueta a toda prisa.
“Sé lo que estás pensando sobre tu antigua compañera, ya la hemos investigado. Te facilitaré los nombres de sus padres y donde cursó su primer curso de Derecho. El próximo cuatro de julio es su cumpleaños y su onomástica: se llama Isabel.”
“Entonces completaré su currículum. Menuda sorpresa se llevará cuando lo reciba. De momento no sabrá quién soy.”
—¡Buenos días! –exclamó una joven en voz alta cruzando la entrada del bar con paso firme y marcial.
Pedro, Marina y yo reconocimos enseguida a la chica. La foto no daba fe de la realidad: joven,, guapa, alta, un buen tipo y sin ninguna perforación extra en su rostro. Lo que se puede decir con tres palabras: “un monumento andante”
—Soy…
Antes de que terminara de hablar, Pedro, Marina y yo, nos pronunciamos al unísono.
—¡Vera!
Vienes a por el trabajo que te hemos ofrecido y seguramente no has desayunado. Siéntate, te ofreceremos un suculento desayuno marca de la casa para darte la bienvenida.
Pedro ubicó a la chica en una mesa contigua a la mía. Yo seguía con mi portátil sin prestarle atención, me estaba haciendo el longui, aunque no perdía comba.
—¿Café o chocolate?
Vera miró mi taza y eligió el chocolate.
Pedro con la taza y Marina con el plato de churros, se sentaron en su mesa.
—Come tranquila y después hablamos.
De tanto mojar los churros, la taza quedó sin chocolate.
—Te traeré otra.
—No recuerdo haber desayunado tan bien en mi vida.
A continuación se limpio la comisura de sus labios con una servilleta de papel. Aparte de guapa es agradecida, pensé.
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