Me sentí orgulloso del acierto del bisabuelo. Aprovecharía la puerta al pasado para la resolución de los casos difíciles.
Sentado en una de las nuevas sillas, coloqué un folio encima de la mesa y comencé a escribir: Seré detective y buscaré siempre la verdad. Veré lo que otros no vieron con anterioridad. Oiré el viento en calma, el ruido que hace el pedúnculo de una hoja al desprenderse de la rama, el de un avión de papel surcando el aire y la explosión de una pompa de jabón jugando con la gravedad. Aclararé robos y secuestros y seré una pesadilla para los ladrones. Cuando alguien me pregunte cómo resolví mis casos, contestaré: “secreto profesional” Releí lo escrito varias veces antes de enseñárselo a mis padres.
Al día siguiente, después de leer en un libro aburridísimo y de hacer un par de fichas de lenguaje se escucho la voz de una niña.
—Señorita, la goma se me ha caído y no la encuentro.
Todos los niños se agacharon para mirar su zona y no encontraron la goma. Sin ponerse de acuerdo comenzaron a gritar: ¡Pedro, Pedro, Pedro…!
—Por favor Pedro, ¿quieres decirnos dónde está la goma de Amalia?- preguntó irónicamente la señorita Carmen.
Me di cuenta de su desconfianza, no creía en mis dotes detectivescas. Levantándome muy despacio, sin saber qué hacer, fui a la mesa de Amalia. ¿Cómo actuaría sin la ayuda del bisabuelo? Era un caso fácil de resolver, pero podía quedar en ridículo delante de la clase si no lo resolvía.
—En primer lugar, ¿tu goma era nueva o estaba usada? Es muy importante para la resolución del caso –dije, para ganar un poco de tiempo mientras pensaba.
Las miradas de los demás alumnos iban para Amalia y para mí, como los espectadores de un partido de tenis.
—¿Qué importancia tiene la forma de la goma? –preguntó la señorita.
—Mucha, si la goma es nueva, cuando cae al suelo da varios botes y se para, en cambio, si está redondeada por el uso, cuando cae, sale rodando.
Fue una respuesta convincente. Amalia dijo que estaba redondeada. Saqué de mi riñonera una burbuja de nivel y comprobé el suelo de la clase: tenía algunos desniveles. A continuación ordené que todo los niños que tuvieran sus gomas usadas las dejaran caer y rodaron en distintas direcciones.
¡Ya sé dónde está la goma de Amalia! –exclamé en tono victorioso.
—¿Dónde?, gritaron todos incluida la señorita.
—Está en el pasillo fuera de la clase.
La señorita se extrañó porque la puerta estaba cerrada y por debajo no cabía ni un alfiler. No obstante, abrió la puerta y ¡zas!, encontró la goma.
—¿Cómo lo has hecho? –preguntó intrigada.
—“Secreto profesional” (resultó un caso sencillo ya que ninguno se acordaba que la puerta de la clase estuvo un momento abierta cuando un profesor asomó la cabeza para saludar a la señorita). La clase en pie me vitoreó.
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