—Hola sobrino.— dijo Carmen cuando volví al colegio.
—¿Sobrino? Algo me ocultas cuando me llamas así.
—Tu tío quiere que me case con él. También quiso que fuera yo la que te lo comunicara, a él le daba vergüenza.
Me abrazó delante de todos y me alegré.
—¡Qué pasa! ¡Es mi futura tía! –exclamé delante de profesores y alumnos.
—¿Para cuándo será el evento? –preguntó Marisa a Carmen.
—Si Dios quiere, para primeros de diciembre.
—Claro, así empalmas los quince días de permiso con las vacaciones de Navidad.
—No te olvides de solicitar el permiso con antelación –aclaró el director.
—Cuando fijemos la fecha de la boda, solicitaré el permiso.
—Si tenéis algún asuntillo que resolver, Peto os lo resolverá –dijo Carmen.
Mi futura tía me puso en un compromiso delante de todos.
Don Rafael, era el profesor más antiguo, tenía cincuenta y muchos. El siguiente curso se jubilaba. Un poco nervioso me preguntó.
—Hace más de una semana que no encuentro mi cartera, ¿dónde puede estar? Mi mujer está harta de buscarla por toda la casa. Desarmó todo lo desarmable y, ¡nada! No me preocupan los cincuenta euros que llevaba, sino la documentación y algunas fotos.
¿Se acuerda si la llevaba el treinta y uno de agosto cuando salió a pasear?
Don Rafael meditó un poco y finalmente contestó con un sí.
—¡Ya sé dónde está!
—¿Dónde? Preguntaron los profesores, incluida Carmen.
Se quedaron patidifusos de que supiera tan pronto el lugar donde se encontraba.
—Su señora no encontró la cartera porque no estaba en casa, estaba en la tintorería. Todos sabemos que don Rafael y su mujer pasean mucho; el médico se lo recomendó a ambos para bajar el colesterol, deben andar varias horas al día. En pleno paseo les cayó el fuerte aguacero veraniego y quedaron “pipando”. Cuando regresaron, su chaqueta estaba manchada, igual que todos los coches, llovió barro. Todo el polvo en suspensión procedente del desierto del Sahara desapareció de la atmósfera de un plumazo, manchándolo todo.. Su señora decidió llevar la chaqueta a la tintorería sin registrar los bolsillos. No se preocupe, la dueña la guardó en un cajón.
Todos miraron a don Rafael para averiguar si los hechos narrados eran ciertos. Sin embargo, don Rafael tenía clavada la vista en mí: lo interpreté con un sí.
—El sobrino vale más que el tío, y eso va por ti Carmen dijo el profesor poniendo arrebolada a mi futura tía.
—Has progresado mucho –dijo mi tía. Tienes un diamante en bruto en tu clase .comentó Carmen a Marisa.
Me gustó lo de “diamante”, pero no lo de “bruto”. Con la ayuda del bisabuelo seré un diamante tallado.
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