Don Rafael, cumplió su palabra y me trajo los libros prometidos. Casi todos eran de Alejandro Dumas, Emilio Salgari y Julio Verne. Cuando los vio papá, comentó que los había leído casi todos. Me pidió prestados dos biografías de personajes ilustres: Alfred Nóbel e Isaac Peral.
Mi nueva tía mandó una postal desde Canarias de la playa del Inglés. “Esto está lleno de alemanes e ingleses” ponía en el reverso.
Ayer leí un artículo en la prensa, también salió en televisión. Habían secuestrado a una niña de mi edad. Los raptores pedían un fuerte rescate. La foto de la niña salió en todas las cadenas televisivas por si alguien la reconocía. Era muy guapa y parecía bastante simpática.
Decidí actuar por mi cuenta.
—Peto, nos tienes abandonados. ¿Qué quieres averiguar? –me preguntó el bisabuelo.
—El secuestro de una niña de mi edad..
Le di la dirección, la fecha y la hora exacta del rapto en pocos minutos recibí la respuesta. Estaba retenida en un zulo a diez metros de profundidad en el interior de un granero a tan sólo cinco kilómetros de su casa. La policía estuvo varias veces en el granero sin encontrar nada. Para saber el sitio exacto, había que mirar al techo y localizar una garrucha. Justo debajo, estaba la entrada al zulo perfectamente camuflado e insonorizado.
A través de Internet, conseguí el teléfono de la familia y su correo electrónico. No llamé, podían detectar mi llamada, pero mandé un correo con todos los datos precisos para localizar a Jésica (nombre de la chica). Fue un coreo anónimo, sin ánimo de lucro. Esta vez no figuraría “el detective de las 24 horas” en el remite. Basé mis datos en la videncia y el chivatazo (me lo chivó mi bisabuelo). Una hora tardó la policía en rescatar a la niña. Los secuestradores se habían esfumado.
Durante las vacaciones contacté con industrial. Me agradeció de todo corazón la información
—¿Puedo hacer algo por ti?—preguntó.
—Quisiera comunicarme con su hija a través de Internet. Somos de la misma edad, pero no puedo revelar mi identidad. Los secuestradores podrían localizarme y vengarse por chafarles el negocio.
El padre accedió gustosamente. Aquel fue el principio de una nueva amistad.
A la vuelta de las vacaciones, don Rafael se coló con otro libro envuelto en papel de regalo. Eran las aventuras de Robison Crusoe.
—De parte de mi mujer, es tu regalo de Reyes.
—Me viene de perilla, no tenía nada que leer.
—¿Ya te leíste los otros?
—Hace dos día terminé el último.
Eres un devorador de libros, eso es bueno, el saber no ocupa lugar. En mi juventud me gustaba leer, pero los libros eran caros y acudí a la biblioteca municipal.
Cuando mi hermana Lorena vio el libro exclamó: ya lo he visto, es la historia de un naufrago que estuvo perdido veintiocho años en una isla desierta.
—Será :ya lo has leído –respondí.
Mamá aclaró el malentendido. Lo que mi hermana quiso decir es que había visto la película. La pusieron en la tele mientras chateaba con Jésica.
La empresa de mi tío le ofreció un cargo de más responsabilidad en la capital y mejor remunerado. Llevaría la asesoría jurídica de la empresa. Lo de investigar sería de ahora en adelante como un hobby para él. Mi tía Carmen radiaba de felicidad.
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