Ignacio nos invitó a una mariscada en el bar de Pedro. Marina había comprado los mejores maricos en las pescaderías.
—¡Pedro!, la centolla está de muerte, ¿de dónde es?
—Gallega. Marina cuece muy bien el marico lo notaréis al pelar las gambas blancas de Huelva y las rojas de Denia.
—Hay quién come para vivir, hay quién vive para comer, y los del norte vivimos comiendo –comentó Ignacio riéndose mientras partía la boca de un bogavante.
—Mis socios se extrañaron al revisar la contabilidad de que no apareciera ninguna factura del detective misterioso que resolvió el caso de los ladrones de la lonja*. Actuó de forma altruista, sin ningún ánimo de lucro –les dije.
—¡Toma!, te mandan este regalo.
Mis manos recogieron una cajita roja rodeada de una cinta roja con su lazo.
—¡Qué lo abra! ¡Qué lo abra! –gritó mi hermana como si fuera mi cumpleaños.
Era una pulsera de oro con el nombre de “Peto”.
Después de darle las gracias, la cajita fue de mano en mano para que todos pudieran contemplar la pulsera.
—¡Yo quiero otra igual! –gritó mi hermana.
Como insistió tanto, le regalé el lazo rojo, así no nos montaría el numerito de la pataleta como nos montaba en casa de vez en cuando para conseguir algo.
—Ahora te expondré otro caso. Hace un mes me robaron “el mercedes negro” que tenía. No es por su valor económico, es por el sentimental, fue mi primer “mercedes” y le tenía mucho aprecio. Ocurrió el mismo día que le cambiaron la tapicería.
Saqué mi libreta para anotar algunos datos. Anoté el número de matrícula y la fecha y el lugar donde fue robado.
—Alguna vez se derramó dentro del coche algún líquido oloroso—
Esta vez fue María José la que habló.
—Ignacio, ¿te acuerdas aquella vez que frenaste en seco para no atropellar a un perro y se derramó mi frasco de perfume?
—¡Es verdad!, fue hace más de cinco años. Recuerdo que Esperanza tenía un año e íbamos a un restaurante a celebrar su cumpleaños.
—¿Usa todavía el mismo perfume?
—¡Claro!, no lo cambiaría por ningún otro. ¿Para que lo voy a cambiar si nos gusta a los dos?
—Entonces, lo lleva en el bolso.
—Yo nunca salgo de casa sin él.
Cogí el frasquito, lo desenrosqué con mucho cuidado echando un par de gotas en una servilleta de papel que después guardé en un pequeña bolsa de plástico.
—Mañana tienes resuelto el caso del “mercedes negro”.
—“Dame los datos que tengas Peto. Tengo aquí a Rex y está muy nervioso, no sé si lo podré contener mucho tiempo— me comunicó mi pariente mientras dormía.
—¿Encontraste “el mercedes” – preguntó Ignacio nada más entrar en el bar de Pedro.
En vez de contestar, le pasé una octavilla con la información.
El automóvil estaba en el puerto de Barcelona, ahora era blanco y tenía ruedas nuevas, también tenía otra matrícula. Esperaban una documentación falsa para enviarlo a un país árabe. Ignacio se puso en contacto con el comisario de su ciudad y le pasó la información. Éste a su vez, contactó con uno de sus colegas de la ciudad condal. En los postres sonó la musiquilla del móvil de Ignacio.
—Gracias a tu informe, se han podido recuperar una docena de coches robados de alta gama. El capitán y seis marineros, están prestando declaración en la comisaría portuaria. Si quiero recuperar mi coche, tendré que acercarme a la capital catalana.
La que salió ganando fue su mujer. Cientos de veces le había dicho a su marido que pintara el coche de blanco y ahora se lo habían pintado gratis. Las nuevas ruedas costaban un pastón. ¡No hay mal que por bien no venga!, pensé—
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