—Lo dejaremos en un desayuno con churros, en diciembre no me apetece comer helados. Si quiere invitarme vaya mañana al bar de Pedro que está en mi barriada, así conocerá a mis padres. Pablo le dará la dirección.
—Mañana me acercaré con mi señora a eso de las diez, tiene ganas de conocerte, estos días le hablé mucho de ti.
Por la noche invoqué al bisabuelo y su voz resonó al instante en mi cerebro.
—“¿Tienes algún caso nuevo para nosotros?”—preguntó con voz lastimera después del único fracaso de sus colaboradores.
—“¡No!” –contesté —, “sólo quería contarte la resolución del caso que archivasteis.
—“Cuenta, cuenta, estoy deseando averiguar como una mente privilegiada como la tuya pudo resolverlo sin nuestra ayuda.”
Con toda clase de detalles, fui desmadejando el caso resaltando los adjetivos.
—“Al grano, al grano, ahórrate los detalles superfluos y ve al fondo de la cuestión” respondió el bisabuelo impaciente por conocer el final de la historia.
—“No seas impaciente, tenemos toda la noche— contesté para ponerle más nervioso de lo que estaba.
Escuchó la narración sin pestañear (es un decir porque los fantasmas no pestañean).
—“Un ruido de una cisterna llenándose, unas fotos y un café con sacarina, fueron suficientes para desmadejar la madeja, ¡eres bueno!, ¡muy bueno! Me enorgullezco de ti.”
—“Tus colaboradores no encontraron el anillo porque el comisario llevaba guantes y cuando se lavaba a oscuras en el cuarto de baño, tus espíritus no podían ver sus manos. Puedes contarles como lo resolví.”
—“Estoy deseándolo. Cuando tengas algún caso a la vista, no dudes, te lo resolveremos. Mientras, les aleccionaré con un nuevo cursillo de pistas absurdas.”
Aquella noche el bisabuelo tenía ganas de hablar.
—“¿Y seguro que también sabes por qué estuvo tanto tiempo el cuarto de baño sin luz?”
—“Esa pregunta ya me la he formulado con anterioridad y llegué a una conclusión.”
—“¿Cuál?
—“No tenían escalera alta para cambiar la bombilla.”
Un par de horas antes del alba se despidió. Tenía prisas por empezar el cursillo de pistas absurdas, antes, les echaría alguna bronca.
A las diez en punto, don Ulpiano y su señora, estaban sentados en una mesa cercana a la barra, hablaban con Pedro.
Tiene usted un hijo muy listo –dijo el comisario a Pedro creyéndole mi padre.
—Éste no es mi padre, es el dueño del bar, el único parentesco reside en nuestro nombre; los dos nos llamamos Pedro. –aclaré riéndome de la confusión. Mis padres se quedaron en casa, papá está liado con unas póliza de seguro algo conflictivas. Mamá se acaba de levantar y mi hermana sigue dormida como un tronco con la tele encendida.
Al ser los únicos clientes del bar, Pedro siguió con nosotros, nos atendió su hija Elena.
—Lucía quiere regalarte un libro con casos resueltos de la policía española.
A la entrega del libro me zampó dos besos, susurrándome algo al oído. Me dijo que era más listo que su marido. Fue un detalle agradable, lo agradecí con una ligera sonrisa que no pasó desapercibida por don Ulpiano, por algo era policía.
Si el libro tiene muchos asesinatos no me gustará, tengo fobia a la sangre. Buscaré en el índice y sólo leeré los casos interesantes. Me gustan más los casos sin resolver. Si tiene alguno, no dude en traérmelo, se los resolveré de uno en uno.
Don Ulpiano dudo un instante.
—Me lo pensaré.
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