Por la tarde sonó el teléfono de casa.
—¡Diga!
—¡Hola Peto!
Era la voz de Pablo, caso a la vista, pensé.
—Soy todo oídos, seguro que tienes algo para mí.
—No te equivocas, chaval, ¿puedo ir a verte?
—Cuando tú quieras, en este momento estoy sólo en casa.
—En menos de quince minutos estoy ahí.
Veinte minutos después estábamos charlando.
—Cuenta, cuenta, veamos lo que tienes para mí.
—Esta mañana hemos recibido una denuncia, han robado la carga de un camión en un área de servicio mientras el conductor hacía la hora de descanso reglamentaria para evitar la fatiga. Lo más curioso es que no han dejado huellas.
—¿Qué transportaba?
—Material de oficina: fotocopiadoras, ordenadores e impresoras por un valor aproximado de un millón y medio de euros. El conductor jura y perjura que comprobó la carga antes del viaje. Aquí tienes una copia de la denuncia y de todo el interrogatorio. Hice una copia sin que se enterara don Ulpiano.
Abrí el portafolios para ver la documentación. Leí por encima algunas de las páginas, Pablo ni pestañeaba, se limitó a observar.
—¡Qué! ¿Averiguaste algo?
—Con esto no tengo ni para empezar. Falta muchos datos imprescindibles para una iniciar mis pesquisas. Toma nota. Toma nota. Necesito saber la climatología en el momento del robo y de varios días anteriores y si aparcó en una zona asfaltada o de tierra. El número de trabajadores de la empresa, los camiones que tienen y lo más importante, los datos económicos de la empresa.
—Eso me llevará mucho tiempo.
No lo creo, en un par de días los puedes conseguir. El informe del tiempo te lo drá el servicio meteorológico de la zona. Los datos de la empresa se lo pides a los dueños y los estadillos de cuetas los conseguirás a través de una orden judicial. Por último, necesito los seguros contratados por la empresa. Debes hacerlo legalmente. Cuando los tengas actuaré, mientras no moveré ficha.
Al anochecer llegó papá. Venía preocupado, lo noté por su mirada extraviada.. Durante la cena ya estaba más centrado
—Antes de que te acueste quiero hablar contigo.
¡Caso a la vista!, pensé, tanto tiempo inactivo y en el mismo día me salen dos casos.
—¡Desembucha! ¡Suelta lo que tengas! ¡Soy todo oídos!— exclamé con frases hechas.
—Nos ha llegado la demanda de un robo por un millón y medio de euros. (Papá hizo una parada antes de continuar cómo si el dinero fuera suyo). Han robado material de oficina.
—¿No será de un camión?
—¡Sí! ¿Cómo lo sabes?
—Acompáñame a mi habitación.
—Aquí tengo el expediente del robo. Incluida la declaración del conductor
A continuación abrí la carpeta de Pablo y con manos temblorosa papá leyó por encima algunos folios.
—¡Es el mismo caso! ¿Cómo tienes este informe?
—Me lo trajo Pablo, quiere que lo investigue.
—¿Lo harás?
—En este momento me acuerdo del parapléjico con el que la empresa se ahorró un millón de pavos*. ¿Cuánto ofrece el seguro por encontrar el material robado?
—Si no lo descubren nuestros investigadores, la recompensa es del 5%.
—El 5% de…, son setenta y cinco mil, no está nada mal.
—¿No pensarás cobrarle a tu padre?
—¿Desde cuándo la empresa de seguros es tuya? Dejaré que investiguen vuestros inspectores, mientras, investigaré por mi cuenta.
—Tú no puedes cobrar nada, eres menor de edad.
—Pero mi socio sí.
—¿Le conozco?
Es el tío Jesús y mi parte se la pienso regalar a mamá.
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