Después de hablar con el tito del negocio, fui a ver a mamá y le conté las dos conversaciones. Me llenó de besos y abrazos al saber que el dinero de la recompensa sería para ella. Confiaba ciegamente en mí.
A los tres días, Pablo me entregó todos los informes que le pedí.
—Algunos datos ya los conozco. Sé la compañía de seguros donde está asegurada la mercancía, es en la que trabaja mi padre. En la declaración del conductor hay algo que no cuadra.
—¿Cómo qué?
—Afirma que cuatro hombres estuvieron cargando el camión durante dos horas, incluso ayudó en algunos momentos a sujetar la carga para estabilizarla. Si aplicamos una regla de tres inversa, ¡se necesitarían no menos de ocho hombres para efectuar el robo en una hora. Además, el camión estaba inmaculado, no había huellas, tuvieron que limpiarlo concienzudamente, necesitarían más tiempo.
—Estoy de acuerdo contigo. Esos pequeños detalles pueden resolver el enigma. Para algunos parecerán insignificantes, para ti no.
Después de dilucidar con Pablo, quedé sólo con mis pensamientos. Me encontraba en un dilema, si le resolvía el caso a la policía me quedaba sin cobrar y si le entregaba el caso resuelto a mi padre, quedaba mal ante mi amigo. Estoy haciendo cábalas y aún no he resuelto el asunto.
Con el dossier en mi poder, aquella noche contacté con el bisabuelo. Le pasé toda la información del expediente.
—¿Cómo van esas pesquisas? ¿Encontraron algo vuestros investigadores?—pregunté a papá.
La única pista que tenía se esfumó. Fueron a visionar la cámara de vigilancia de la estación de servicio, pero el camión entró por la parte de atrás, no repostó y no fue captado. No tienen más pistas, están desorientados y han desistido.
—¡Tendréis que pagar! ¡No os queda más remedio!, y si no os dais prisas, nunca recuperaréis la mercancía. Seguro que la policía también está en ascuas. Hay que reconocer que fue un robo limpio, de esos que dicen de guantes blancos. Dentro de varios días le pasaré el informe a tío Jesús para que lo firme –dije, tirándome un farol, porque todavía no tenía nada resuelto.
Aquella noche estuve en un duermevela. Mientras, el bisabuelo me informó exhaustivamente aclarando lo que descubrieron sus colaboradores. Memoricé los datos para reflejarlos en el dossier. ¡Caso concluido! Menos mal que era sábado, disponía de dos días para hacer el informe en el portátil. Cuando mis dedos rozaron el teclado, recordé una frase del bisabuelo. “Debes utilizar palabras caras”, la recompensa bien merece la pena. Después me aclaró lo de las palabras caras. Tomé un folio e improvisé un vocabulario para encajarlo en el dossier.
El vocabulario quedó así: presunto ladrón, móvil del robo, pruebas acusatorias, tacómetro del camión, área de descanso, climatología etc.
—El primer folio tenía que rellenarlo mi tío, era bastante complejo para mí. Datos personales, número de licencia y un sinfín de palabrejas que sólo los entendidos en leyes saben escribir.
Al contrario de todos los libros de detectives, el informe empezaba con el nombre del ladrón y después narraba los hechos. Me gustó. En las novelas, el autor, colocaba delante de los ojos del lector a los posibles sospechosos. Al final de la novela el ladrón no estaba en la lista, era el menos predecible de todos. Lo titulé “robo ingenioso”.
Todo el sábado y la mañana del domingo estuve escribiendo. Mi tío rellenaría su parte el domingo por la tarde.
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