Desde tiempos inmemoriales las personas han mantenido la costumbre de traer plantas de otros lugares del mundo. La mayoría de nuestros alimentos tienen su origen en puntos tan lejanos como América, Medio Oriente, etc. Desde el Neolítico se viene practicando el cultivo de plantas y su comercialización. Estos intercambios comerciales permitieron que pronto se expandieran todo tipo de plantas de interés para las personas, por todo el Mundo. El famoso descubrimiento de América por los españoles (que en realidad ya estaba descubierta y colonizada desde miles de años antes por personas venidas de Asia) se ha ido incrementando la colección de plantas nuevas, unas veces como alimento (ej.patatas, tomates, aguacates, etc.), otras como ornamento (ej. jacarandas, pasifloras, cactus, etc.), otras como medicina, etc. Estas costumbres no han cesado, y todavía hoy se siguen importando nuevos alimentos y plantas que actualmente proliferan por nuestros campos de cultivo y por jardines, rotondas, parques, etc. de nuestros pueblos y ciudades.
Nuestro territorio tiene sus propias plantas, que llamamos autóctonas, algunas de ellas restringidas a un área muy pequeña, como puede ser la Sierra de Tejeda, en cuyo caso pasa a ser un endemismo. Las plantas que nunca han estado en nuestro territorio y que han sido importadas deliberada o accidentalmente por las personas, las llamamos alóctonas. La mayoría de las plantas alóctonas no representan ningún problema para nuestros ecosistemas, en buena parte porque no prosperan más que con los cuidados de las personas: las plantas comestibles por los agricultores, las ornamentales, por los jardineros, y las domésticas por sus propietarios. Nuestras macetas, nuestros jardines, parques, avenidas y rotondas, están casi totalmente integradas por plantas alóctonas, venidas de todos los continentes del mundo, muchas de origen tropical, que se adaptan bien a nuestra climatología cálida mediterránea y la humedad y sombra de nuestras viviendas.
No todas las plantas extranjeras o alóctonas son “invasoras”, este término se reserva a aquellas especies no nativas, introducidas por el ser humano y que ya están naturalizadas. Ésta es la cualidad clave para las plantas invasoras: ya forman parte de la naturaleza que han invadido, pueden multiplicarse libremente sin ayuda del ser humano, y lo hacen con extrema facilidad, una veces invadiendo espacios libres de otras plantas autóctonas, porque son lugares difíciles para nuestras plantas autóctonas, como barrancos, laderas, fisuras, pero otras veces desplazando a las autóctonas, y por tanto produciendo un daño en nuestra biodiversidad.
Así, por ejemplo, el brachiquito (Brachychiton sp.) es un arbolito ornamental de origen australiano que se ha plantado mucho en los últimos años en nuestras ciudades, por su crecimiento rápido, hoja perenne y fácil mantenimiento, hasta el punto que se le ha llamado también “el árbol del político”, pues al crecer rápido permite lucir una zona verde en el tiempo récord de una legislatura política, y así usarlo como marchamo en las siguientes campañas electorales. Pero esta planta, que es extranjera o alóctona, no es “invasora”, puesto que los brachiquitos no crecen espontáneamente fuera de la ciduad, no representan un peligro para nuestros ecosistemas naturales. En cambio, la “cola de zorro” (Pennisetum setaceum), de origen centroafricano, es una bonita planta de “plumeros” que se importó para adornar jardines, pero que ahora encontramos por todo el litoral, incluidos los Acantilados de Maro, siendo por tanto una planta alóctona e invasora, pues invade espontánea y exitosamente nuestros ecosistemas, desplazando a otras que tienen el mismo hábitat y nicho ecológico, como podría ser el esparto (Stipa tenacissima). De ahí los planes de erradicación de plantas invasoras que se vienen desplegando desde instancias gubernamentales.
En la mayoría de los casos no se sabe a priori si una planta, que se va a importar, se comportará luego como invasora, dependerá de varios factores. En la práctica sí sabemos que toda planta invasora presenta algunos rasgos característicos: suelen ser poco específicas de un biotopo concreto (aunque prosperan fundamentalmente en sitios perturbados), presentan un crecimiento vigoroso y rápido, suelen ser muy tolerantes a un amplio rango de factores ambientales y a factores limitantes (sequía, altas temperaturas, etc.), presentan (quizá a excepción de algunos grupos de malas hierbas agrícolas) propagación sexual y asexual (aunque muchas de las especies que se reproducen por semillas son cleistógamas: se autofecundan), presentan una dispersión efectiva a corta y a larga distancia, y también suelen producir bancos de semillas o bulbos que contienen individuos de pronta germinación y otros durmientes que aseguran la dispersión a largo plazo.
En esta nueva serie de artículos de divulgación pretendemos dar a conocer las 51 plantas invasoras de la comarca de la Axarquía. Oficialmente, en el Catálogo Andaluz de Plantas Invasoras (Junta de Andalucía, 2005), aparece un listado de 66 especies invasoras en toda la Comunidad Autónoma Andaluza, de las cuales hemos contabilizado 42 especies con presencia comprobada en la comarca de la Axarquía, a las que hay que sumar 9 más señaladas en el Catálogo del Estado español. Curiosamente, la mayor parte de estas plantas invasoras se han localizado en el litoral (43 de ellas han alcanzado el Paraje Natural de los Acantilados de Maro), lo cual posiblemente tenga mucho que ver con los procesos urbanizadores del litoral, que llevan aparejada la importación de multitud de especies con fines ornamentales, con el trasiego de nuevos residentes procedentes de muchos puntos del mundo, bien de forma intencional, pues muchos nuevos residentes acostumbran a traer semillas o plantones de sus lugares de origen, porque allí forman parte de la colección de plantas domésticas o de jardines, como sucedió con la “flor de sangre” (Asclepias curassavica), una planta que algún residente extranjero plantó en su jardín en Torrox, y rápidamente se extendió hasta Nerja y Almuñécar. Pero en otros casos de forma totalmente involuntaria o accidental, al entrar propágulos o semillas mezclados con otros productos, como sucedió con el “perejilito” (Oxalis pescaprae), planta sudafricana que seguramente entró como propágulo con algún cultivo, como la patata, por ejemplo, estando actualmente extendida por toda la comarca de la Axarquía, lo que los agricultores tratan inútilmente de eliminar mediante potentes herbicidas.
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