El ricino, también conocido como árbol del demonio, higuera del infierno, catapucia mayor, etc. (Ricinus communis), es un arbolillo (fanerófito perennifolio), perteneciente a la familia Euphorbiaceae, originario de la región paleotropical (Africa oriental), de hasta 3 m de altura (excepcionalmente puede llegar a 7 m). Hojas pecioladas, con pecíolos rojizos, palmeadas (10- 50 cm de diámetro), hendidas en 5-9 lóbulos (10-20 cm de longitud), desiguales con los bordes irregularmente dentados, y provistos de glándulas apicales de unos 2 mm de diámetro. Inflorescencia en cimas bracteadas reunidas, a su vez, en panículas terminales y bífidas. Flores unisexuales (de 15-30 mm de diámetro), las masculinas situadas en la parte inferior de la inflorescencia, con cinco tépalos soldados y numerosos estambres; las flores femeninas situadas en la parte superior de la inflorescencia, con 3(5) tépalos (4-10 x 2 mm cada uno de ellos), linear-lanceolados, de color rojizo; gineceo con tres estilos rojos. Fruto en cápsula globosa (de 1-2,5 x 1,2-2 cm), trilobulada , cubierta de abundantes púas (acúleos) que se van haciendo rígidas hacia la madurez del fruto, con tres cavidades monospermas; semillas (0,8-1 ,5 x 0,8-1 cm), elipsoidales, con la testa lisa, lustrosa y jaspeada, provistas de una excrecencia apical (carúncula).
De forma espontánea se suele encontrar en ambientes ruderales (eriales, baldíos, escombreras, basureros, etc.), viarios y cauces artificiales (acequias, canales) o de origen natural (ríos y ramblas) pero degradados, siendo su presencia un indicador de dicha degradación. Florece de mayo a diciembre. Reproducción sexual. Diseminación antropócora y, posiblemente, hidrócora; deben investigarse otros posibles vectores.
Es una planta adaptada a ambientes cálidos y secos. Por este motivo no tolera las heladas y las oscilaciones térmicas que se dan lejos del litoral. Por el mismo motivo no toleran el encharcamiento ni la sombra densa, pese a crecer en suelos frescos de riberas fluviales y canales de riego, situándose alejados y en zonas más expuestas. En cambio, soporta bien la sequía, siempre que sea sólo sea estival, y los vientos fuertes.
Es posible que esta planta se importara con fines ornamentales, que es el único uso que se contempla aún en algunas localidades y se comercializa en viveros. Sin embargo, no se puede ignorar la importancia farmacológica de esta especie, considerada genéricamente como tóxica. Sus semillas presenta altos niveles de diversas sustancias muy tóxicas de naturaleza diversa: una albúmina llamada ricina, una toxoalbúmina que coagula la sangre, o la lipasa, una enzima que ataca a las uniones lipídicas, o alcaloidea, como la ricinina). La ingestión de tan solo 10 semillas, masticadas o tragadas, desencadena una grastoenteritis con deshidratación, que puede dañar el hígado y el riñón, e incluso producir la muerte. El aceite de ricino, obtenido por prensado de semillas y calentado para destruir la ricina, es uno de los purgantes más reputados, debido al ácido ricinoleico, pese a su desagradable sabor, usado por ello en algunas torturas históricas. Actualmente tiene unas importantes aplicaciones en la industria de pinturas y barnices y la fabricación de unos lubricantes de extraordinaria calidad, así como líquido de frenos.
Pese a sus reconocidas propiedades, esta especie ha demostrado tener una capacidad invasora preocupante, con un impacto económico, social y, posiblemente, ecológico. Su posible repercusión económica (reducida en cualquier caso) se debe a su papel como mala hierba en barbechos, bordes de acequias, de canales y de cultivos. Desde el punto de vista social , es conocida la repercusión que ha tenido esta especie hasta hace pocas décadas, pero debe destacarse también su carácter venenoso que conlleva un riesgo potencial para los niños. En el plano ecológico, sus efectos no están estudiados en Andalucía, si bien algunos estudios en Norteamérica indican que puede dificultar o impedir el desarrollo de especies nativas bajo su copa, además de comunidades y especies viarias, taxones de ribera o ramblas costeras, junto a otras especies remanentes de comunidades maduras.
Por sus requerimientos ecológicos esta especie no ha llegado al interior de Andalucía, quedándose en la franja litoral donde se ha localizado en toda su extensión, incluidos los espacios naturales protegidos existentes, como el Paraje Natural de los Acantilados de Maro-Cerro Gordo y el Parque Natural de Tejeda y Almijara.
Para su control se recomienda aplicar métodos físicos y químicos. En principio, debido a la amplia representa ción de la especie en Andalucía, la única posibilidad es controlar su presencia en zonas de especial interés (vías de comunicación o riberas degradadas de la RENPA) para aumentar el grado de naturalidad del entorno; para ello, si bien es posible controlarla mediante arranque manual (en ejemplares jóvenes y plántulas), mecánico (utilizando retroexcavadoras, palas mecánicas, subsoladores, etc. para el arranque de adultos de mayor porte) e incluso químico (mediante herbicidas contra leñosas), puesto que su presencia en biotopos naturales o seminaturales suele estar ligada a aquellos que sufren una fuerte degradación, la estrategia de control debe ir orientada hacia la recuperación ambiental del espacio y hacia la disminución de la presión antrópica, ya que en caso contrario, por un lado, la re-invasión está casi garantizada a medio plazo, y, por otro lado, se hace difícil la justificación de la actuación. El nivel de dificultad se califica de bajo a escala de rodal, pero para a alto a escala de localidad o espacio protegido, siendo extremo o imposible a escala regional.
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