La primera cuestión a responder es que si tanta gente los utiliza, puede que reporte beneficios. Y a ello vamos.
Sin ser demasiado exhaustivos en el detalle, su uso incrementa considerablemente nuestro equilibrio (4 apoyos en vez de 2), mejora nuestra postura, ayuda a nuestros brazos a impulsarse hacia adelante y arriba, reduce el impacto en piernas, rodillas, tobillos y pies, minimiza las molestias de obstáculos que podemos encontrar en nuestro camino (plantas, ramas, telarañas), incrementa la tracción en terrenos resbaladizos y/o abruptos, nos pueden defender de animales, los podemos utilizar como camilla, nos ayudan a apreciar la profundidad de arroyos y nieve, etc. etc.
Pero como casi todo en esta vida, también hay inconvenientes provocados por su uso. Así, nos rompen el ritmo porque se pueden trabar con las piedras o plantas, ocupan nuestra atención y nos hacen pensar más porque tenemos que coordinar el movimiento de piernas y manos, nos limitan el uso de las manos, siempre ocupadas para cuando tengamos que beber, comer, escalar, hacer fotos, ayudar a los compañeros, nos puede causar lesiones y caídas por romperse en un apoyo, son un peso añadido …
Algunas de estas se van minimizando conforme vamos usándolos y aprendiendo en su manejo.
Para su correcto uso se recomienda empezar caminando naturalmente, con el braceo propio del desplazamiento y probarlos en un terreno plano y sin obstáculos. A partir de ahí, su utilización surge casi de manera espontánea. En cuanto a su número, recomiendo usar dos, para poder poner en valor todas las ventajas enumeradas.
Empezaremos por regular su altura, a nuestra longitud adecuada. Para ello se aconseja que el antebrazo forme una angulo de 90º con él, quedando el resto del brazo paralelo al cuerpo. Hay incluso fórmulas para ajustarlos, resultado de multiplicar tu altura en centímetros por 0,68 y redondear a la decena inferior. En las cuestas se suelen acortar un poco y a la inversa ocurre en las bajadas, para facilitar el desplazamiento.
Una vez determinada la longitud idónea, pasamos a ajustar las dragoneras. Pasamos la mano por ellas, agarramos la empuñadura y el inicio de la cinta y apretamos la correa lo necesario. De esta forma vamos a evitar que se nos cansen las manos y los dedos de hacer presión continua sobre la empuñadura.
Lo siguiente sería mantener nuestra postura lo más recta posible. Con los codos cercanos al cuerpo, si mantenemos nuestra verticalidad ayudándonos de ellos, vamos a favorecer distribuir el esfuerzo y respirar mucho mejor.
Y ahora ya empieza lo mejor: la técnica para usarlos. Importantísimo a tener en cuenta: vamos a usar los hombros para moverlos y no los brazos y saber dónde apoyamos los bastones y con qué ángulo. Su apoyo nunca debe estar delante de nuestros pies, ya que nos obligaría a realizar un sobreesfuerzo y modificar nuestra postura. El ángulo nos lo va a dar la flexión del brazo. Si éste está estirado al apoyar la punta del bastón en el suelo, será cercano a 45º y nos proporcionará más impulso hacia delante.
Lo más frecuente es alternar brazos y piernas en el avance, es decir, mientras nuestro pie izquierdo está adelantado es el bastón de la mano derecha el que lo acompaña. No quiere decir que no existan otras formas, como mover pierna y brazo del mismo lado e incluso mover los dos bastones al unísono.
En cualquier caso, nunca hay que olvidar que habrá muchas actividades de senderismo en las que, debido al tipo de terreno que atravesamos, no podamos hacer uso de esta herramienta. Y no nos quedará otra opción que plegarlos y llevarlos en la mochila.
Cuando la montaña os llega al corazón, todo viene de ella y os lleva a ella (Franz Schrader)
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