Todos hemos sido testigos alguna vez de la presencia, inusitada, de una veloz mosca de gran tamaño y ruidosa en el vuelo, que a veces se estrella contra ventanas y cortinas. La sabiduría popular acierta doblemente al señalar a estos insectos como un tipo especial de “moscas”, diferente de la mosca común, por tener un mayor tamaño y un vuelo menos silencioso, y por ello les llama “moscardas”. En efecto, estos insectos son varias especies del orden Diptera, que recordemos alude a insectos con solo un par de alas membranosas, teniendo el segundo par atrofiado formando los halterios o balancines, sin función en el vuelo.
Las moscardas no pueden ser consideradas como inquilinos de nuestras viviendas. Su presencia en ellas es puramente casual, a menudo atraídas por el olor de los restos de pescado que hemos desechado tras limpiarlos o por otros olores más sutiles que son capaces de detectar a decenas de metros. Su prodigioso y veloz vuelo les permite personarse en un santiamén en el foco oloroso de lo que podrían ser una jugosas viandas, especialmente si lo que busca es un sustrato adecuado para hacer la puesta de huevos. Se dice que en los países del norte de Europa, antes de que llegar la civilización romana, los meses del año eran denominados por alguna circunstancia especialmente notable en ese mes, y de este modo, el mes de julio era conocido allí como “mes de gusanos”, porque era en este mes (uno o dos meses más tarde que en el Mediterráneo) cuando aparecían “gusanos” en la carne o en el pescado. Estos gusanos en realidad no son tales, sino larvas de moscardas. Todavía hoy día, cuando se habla de que un alimento cárnico “se ha agusanado”, se alude a las larvas de estas moscas, conocidas como cresas. También cuando se dice que cuando una persona muere “es pasto de los gusanos” se alude a las larvas de diversas especies de moscas que aprovechan cualquier cadáver, aunque dicho sea de paso, nuestros muertos difícilmente se agusanan porque son enterrados rápidamente, antes de que puedan que alguna mosca ponga huevos y salgan sus larvas, y si así fuera, éstas no podrían vivir en una atmósfera sin oxígeno bajo tierra. Nuestros muertos pierden la masa corporal por acción de bacterias y hongos, nunca por gusanos, a no ser que sea un cadáver que haya quedado expuesto al aire, como sucede con los que son productos de accidentes, asesinatos, etc.
Hay muchas clases de moscardas, pero las más corrientes son tres: la moscarda azul (Calliphora vicina), la moscarda verde (Lucilia caesar) y la mosca de los cadáveres (Sarcophaga carnaria). Todas ellas son muy parecidas morfológicamente a la mosca común, solo que más grandes y peludas y con tegumentos de fuerte colorido, y todas ellas son atraídas por materia orgánica en descomposición, sean cadáveres, excrementos, etc. Si en nuestra vivienda vemos más de una moscarda y de forma reiterada, no solo cuando estamos lavando el pescado, es seguro que hay una fuente de alimento en alguna parte de la casa y ésta puede ser un ratón o una rata muerta, o bien algún pájaro que murió atrapado en la chimenea, en la persiana, etc.
El ciclo biológico de las moscardas es similar al de las moscas comunes. En condiciones normales, la moscarda hembra pone sus huevos sobre animales muertos, excrementos u otra materia en descomposición, cuyos olor puede atraerlas desde una distancia de varios kilómetros. Los huevos hacen eclosión en menos de un día y las larvas, que son lucífugas, se abren inmediatamente paso hacia el interior, gracias a sus potentes mandíbulas, aunque son ápodas y su desplazamiento tiene que hacerse por reptación, de ahí su parecido a los gusanos. En el caso de Sarcophaga carnaria, las larvas eclosionan en el útero de la madre, comportándose como ovovivípara. Como insectos holometábolos se desarrollan mediante una metamorfosis completa, por lo que las larvas van creciendo, haciendo para ello una serie de mudas, a un ritmo muy rápido, pues al cabo de una semana ya alcanza la talla máxima, momento en el que inicia el proceso de pupación, para lo cual abandonan el cadáver o el excremento y busca un lugar apropiado en el suelo para formar la pupa, rodeándose de una cubierta coriácea ocre a modo de capullo que en nuestras viviendas pueden esconder debajo de una alfombra, detrás de un mueble, etc. Desde aquí, al cabo de 8-10 días, se forma finalmente el adulto o imago que, al salir pueden reintegrarse al mismo cadáver (si aún están en condiciones adecuadas) u otro cadáver, para desarrollar otra generación.
Es lógica la aprensión que tenemos hacia estos insectos, pero racionalmente no debería ser así, sino que deberíamos verlos como auténticos recicladores de la porquería, por decirlo resumidamente. Una rata muerta da de comer a unos 4.000 gusanos, que nos pueden parecer muy desagradables con su deambular rastrero, pero su función de limpieza es incuestionable desde el punto de vista ecológico. Sin embargo, no podemos obviar los peligros sanitarios que representan estos insectos, pues, como sucede con la mosca común, su costumbre de merodear en toda clase de porquerías las convierte en vectores pasivos de bacterias y virus que pueden producirnos enfermedades, si no adoptamos medidas preventivas: no exponer nunca carne o pescado al aire, tenerlo siempre resguardado en el frigorífico, además de que no está de más poner mosquiteras en nuestras ventanas, no dejar las puertas abiertas, etc. En cualquier caso, y dado que estos alimentos estuvieron expuestos en el mercado, es conveniente no olvidar que siempre hemos de lavar los alimentos antes de cocinarlos y llevárnoslo a la boca. Si alguna moscarda se cuela en nuestra vivienda, debemos aislarla en una habitación, abrir una ventana y enseguida saldrá atraída por la luz.
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