Comienza un nuevo ciclo en la historia de nuestro detective. Ya es un detective titulado adulto. Los casos que tiene que resolver son de gran envergadura, como encontrar un anillo perdido hace doscientos años, encontrar a un donante de corazón para entregarle una herencia a la familia, reunir a dos hermanos gemelos después de treinta y dos años, que ninguno sabía de la existencia del otro… etc. Ya entra por primera vez en juego el amor.
Cuando un autor llora cuando lee algunos de sus escritos, es que lo escrito es bueno. A mí me han hecho llorar. Espero que os pase lo mismo.
SEGUNDA PARTE.
Han pasado doce años desde que resolví el caso de las pirámides de mármol. Acabo de cumplir veintidós años, soy un hombre hecho y derecho. Me gusta vestir bien: traje y abrigo en invierno y pantalones y camisa o niqui de manga corta en verano. Fue un consejo de mi tío Jesús que adopte desde que cumplí la mayoría de edad. También guardo en el ropero media docena de trajes de invierno y otros tantos de verano. En el zapatero hay seis pares de zapatos: dos pares de náuticos y cuatro pares negros con cordones. Los mocasines los descarté, después de utilizar un par. Primero apretaban y después mis pies bailaban dentro de ellos.
El fondo de estudios que fue colocando mi tío en una cuenta bancaria durante años, me sirvió para darme la gran vidorra en mi paso por la universidad, no me perdí ni una fiesta y ninguna clase. Ni que decir tiene, que el bisabuelo me ayudó en los estudios. Por la noche martilleaba mi cerebro con los temas que diariamente daban mis profesores en la universidad. Durante los exámenes vigilaba mis escritos y las dudas se diluían al instante, gracias a la colaboración de otros espíritus.
Mis notas en Derecho acabaron con “suma cum laude” (con máximas alabanzas). También hice dos cursos de criminología, necesarios para la titulación de detective y uno de sociología para entender los parámetros por los que se guían los delincuentes. ¡Soy detective y Diplomado en Derecho! Fui elegido por profesores y alumnos para dar un pequeño discurso antes de lanzar el birrete al aire.
Desde el primer día que pisé la facultad, fui alardeando entre profesores y compañeros de mis apetencias por ser detective. La mayoría tomaron a broma mis palabras, sin embargo, otros me encargaron algunos asuntillos de poca monta relacionados con pérdidas y temas amorosos; no les defraudé. No hice ninguna amistad fuerte durante mi periodo universitario, me refiero al género femenino.
Hace seis meses me compré un piso en una subasta en pleno centro para instalar en él la agencia. Consta de ciento cincuenta metros cuadrados y una plaza de garaje en el sótano de otro edificio colindante. Cincuenta metros son para la agencia y el resto para vivienda. Todo está montado a gusto de la familia. Yo sólo tuve que dar el visto bueno. Mi tío Jesús se encargó de amueblar la parte de la agencia y mamá y la tita Carmen la zona de vivienda. Cuando me siento detrás de la mesa de mi despacho, parezco un magnate. Después del verano pienso abrir la agencia. El piso lo utilizaré para desconectar de vez en cuando de la familia y para cuando tenga exceso de trabajo y termine tarde. Poseo el permiso de conducir, aunque todavía carezco de vehículo propio.
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