Vera estaba impresionada de lo que estaba averiguando sobre mi persona. En poco tiempo había sido elogiado por los dueños del bar, por una pareja de ancianos y un grupo de profesores.
A la vuelta, encontramos un perro suelto con cara de pocos amigos: era un pastor alemán con unos colmillos impresionantes. Vera se apretó a mi brazo temblando de miedo. Noté parte de su cuerpo pegado al mío y me gustó el contacto.
—Si quieres hago que se vaya con el rabo entre las patas –insinué en el momento que el perro abría su enorme boca babeando y enseñando sus enormes colmillos blancos.
Vera temblaba aferrada a mi brazo dudando de mis palabras, estaba aterrada. Permanecía detrás de mí sin mirar al animal y sin poder hablar.
Llamé mentalmente a Rex y en unos segundos el perro desapareció aullando como alma que lleva el demonio. Disimuladamente acaricié a Rex y le ordené que desapareciera.
—Sentémonos hasta que te tranquilices.
Vera sacó el móvil y llamó a su casa para informar que había encontrado trabajo y que comenzaría a trabajar a las once.
—¿Por qué todos te llaman Peto?
Porque fue el nombre que adopté cuando inicié mi carrera de detective. Si coges la primera y la última sílaba de Pedrito, ¿qué dice?
—Peto.
—Pues así me llaman mis amigos. Cuando abra la agencia, mis clientes me llamarán don Pedro y, si te digo la verdad, no me suena bien. Te contaré que con siete años coloqué un cartel en la puerta de casa que decía: Peto, un detective completo.
—¿Cómo te llamaban en la universidad?
—Pedro.
—¿Es cierto que puedes decirme donde hice mi primera comunión?
—Afirmativo.
—Creo que te vas a equivocar, ocurrió hace diez años en un lugar muy peculiar.
—Los años no son ningún inconveniente y no hace falta que me des pistas.
—¡Vamos!, te presentaré a una persona muy particular. Eran las diez. Volvimos al bar y allí estaba desayunando como siempre.
—Aurora, te presento a Vera, una nueva amiga.
Las dos mujeres se besaron.
—¡Es su madre! –exclamó Pedro a su nueva empleada.
Mamá, hizo una radiografía exterior de la joven y por la sonrisa exterior, le agradó cantidad.
—Lo había olvidado, hoy estás invitado a comer –dijo Pedro.
Creyendo que no iba para mí, no me di por aludido.
Hay encargada una comida para diez personas y entre ellas está el detective más famoso de la ciudad.
—¿Quién me ha invitado?
—Don Ulpiano, mañana domingo se jubila y quiere celebrarlo a lo grande con sus amigos.
—¿Quién es don Ulpiano? –preguntó Vera.
—El comisario más famoso de la ciudad.
—¿Y qué tienes que ver tú con el comisario.
—Somos viejos amigos desde hace tiempo, le resolví algunos casos de los catalogados difíciles. Encontré su anillo de bodas que llevaba quince años desaparecido y un regalo de su luna de miel que extravió en Egipto.
—Y lo hizo con tan sólo nueve años y sin moverse de casa.
—Para eso están los colaboradores.
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