La Real Academia de la Lengua lo define así:
“Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”.
“Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte”.
Para mí, un libro es parte de la vida de un autor: un hijo. La comparación no es exagerada. Iré desmenuzándola poco a poco.
La gestación se hace en la mente del escritor. El vientre es el ordenador. Artículos, nombres, verbos, adjetivos…, convenientemente colocados, van dando forma a la criatura, como si fueran células madres. La conexión entre neuronas, teclado y ordenador, actúa de cordón umbilical.
Las revisiones del texto se comparan con las médicas; el aumento de peso, con las páginas; creando en ambos casos, un volumen creciente.
Termina la gestación, llega el alumbramiento. Página a página van saliendo de la impresora: nace. Ambos se han desprendido del cordón umbilical, falta la presentación en sociedad.
Normalmente la criatura irá a la iglesia y el libro a la editorial. Uno con un rostro; el otro, con una portada.
-¡Qué bonito! ¡Qué guapo! -dirán familiares amigos y lectores.
Se ha creado un futuro incierto para ambos, el tiempo lo aclarará. Uno recibirá un nombre y heredará unos apellidos, reflejados en su partida de nacimiento; el otro, un título, de acuerdo a su contenido y lucirá orgulloso el nombre de su autor en la portada, reflejados en su ISBN.
-¡Es mi padre! -exclama el libro con mudas palabras, cuando alguien le observa en la cristalera de una librería y lee el nombre del autor-. ¡Llévame contigo! -vuelve a exclamar silenciosamente.
El niño balbuceará la palabra “papá” o “mamá” y extenderá sus bracitos para que le cojan.
Viajarán, ambos viajarán, incluso aprenderán idiomas. El libro detendrá sus pasos en grandes ciudades, en pueblos pequeños, en aldeas. Tendrá el don de la ubicuidad.
Caminarán por distintos derroteros. Envejecerán. El libro se ocultará en una estantería, esperando que alguien se acuerde de él. No le importará estar reunido con desconocidos, juntos formarán una gran familia: la biblioteca.
Mientras, sentado en un sillón o en una silla de ruedas, la criatura esperará su paseo, su pastilla o una simple charla con algún familiar o amigo.
Si el eslabón hijo falla, la cadena familiar se rompe, y después de varias generaciones llegará el olvido. El libro sin embargo, seguirá orgulloso prestando el servicio para el que fue creado. Vivirá miles de años, muchos, dormidos en las estanterías de alguna biblioteca esperando que alguien lo coja en su regazo para alimentarse de su contenido.
Cada vez que esto ocurra, sonreirá orgulloso introduciendo poco a poco sus frases en la mente del lector. Si alguien habla bien delante de él, se empavonará, si habla mal, entristecerá.
Volvamos al periodo de gestación cuando el libro permanece en el ordenador y la criatura en el vientre. Si ambos no siguen los pasos adecuados, llegará el aborto. La futura madre quedará sumida en una profunda depresión, se culpará a si misma de haber perdido a su criatura.
El libro a su vez no saldrá de la impresora, ni irá a la imprenta, ni viajará, ni se expondrá en una cristalera, ni estará con su familia en la biblioteca. La frustración de su autor no tendrá consuelo; máxime, si la culpa del aborto no ha sido suya.
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