Allá a Principios de siglo,
cuando la vida empezaba
mi adolescencia hizo un guiño
a los surcos de tu alma,
y logré robarte un beso,
logré cesar las palabras
en un instante tan nuestro
bajo la luna gitana.
Tú me entregaste tu boca
de perlas encarceladas,
yo mis labios de poeta,
tú tu cintura de escarcha.
Aquel día subí a los cielos
como si a prisas buscara
un trocito de universo
para llevármelo a casa.
Siempre en un rincón de El Puerto
durante años, pasaba,
recordando aquellos besos,
recordando tus miradas,
más cuando tu padre alzó
hacia la gloria sus alas,
te fuiste sin detenerte;
de tu hogar y de tu plaza.
Al cabo de mucho tiempo,
en una noche esperada,
me encontré tus ojos fieros,
tu sonrisa madurada,
y me comieron los celos
al saber que te casabas
y que tenias sin remedio
otros labios que te amaban.
Pero unos años después,
aunque esta vez en mi plaza,
en mis calles, con mi gente,
en mi bar, en mi terraza,
oí una risa familiar,
vi tus ojos de esperanza,
treintañeros, entregados,
en tu inconfundible cara
y se me aceleró el pulso,
se me cayeron las lágrimas
pues ahora era yo quien se iba
lejos de ti y de mi casa,
más siempre me quedará
volver en fin de semana,
buscando tu besos cálidos,
regalándote mi labia.
No quisiera nunca verte
palomita, sin tu calma,
inmersa en truncada suerte
de la prisión de tu cama.
Tú padre no lo quisiera,
y tu madre no lo aguanta.
Dime, paloma del viento
¿por qué no abres tus alas?
Que tú me regalaste un beso
y yo hoy te entrego mi alma.
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