La capuchina, también llamada espuela de galán, flor de sangre, llagas de Cristo, mastuerzo de Indias, etc. (Trapaeolum majus), es una planta herbácea perenne (geófito tuberoso) y trepadora o escandente, de la familia Tropaeolaceae, originaria de la región neotropical (Sudamérica), que alcanza hasta 4 m de altura. Hojas con largo pecíolo flexible y jugoso, peltadas, glabras, con el limbo orbicular (4-15 cm de diámetro) y margen entero y sinuado. Flores axilares, solitarias, zigomorfas; cáliz con 5 sépalos desiguales, uno de ellos prolongado hacia atrás en espolón cilíndrico de 2-4 cm de longitud; corola con 5 pétalos (1 ,5-3 cm cada uno), de color amarillo vivo a naranja o casi rojizo, ungiculados; androceo con 8 estambres desiguales. Carpelos de 10 mm de largo cuando está en fruto, con costillas rugosas. Fruto tipo esquizocarpo, con tres mericarpos monospermos.
Esta planta muestra cierta antropofilia, puesto que crece espontáneamente en ambientes ruderales (ruinas, solares, alcorques, etc.) o cunetas , taludes y matorrales degradados cercanos a las poblaciones o viviendas aisladas. Florece desde mayo a septiembre. La reproducción es sexual y, en menor medida, vegetativa, utilizando propágulos de sus raíces tuberosas. La polinización es autócora.
Esta especie tiene una valencia ecológica relativamente baja, siendo intolerante ante condiciones que son óptimas para muchas otras plantas. Así, no tolera las heladas y las oscilaciones térmicas, lo que las aleja de montañas y costa. Pero tampoco tolera la sequía, la sobra densa y los vientos fuertes, por lo que no es adecuada para zonas áridas. Finalmente, tampoco tolera la salinidad y el encharcamiento, descartándola para zonas de regadío. Por lo tanto, trata de una especie de ambientes cálidos y húmedos que necesita temperaturas más o menos altas durante casi todo el año. Para paliar estas limitaciones, en Andalucía frecuentemente se comporta como terófito, pasando el estío como semilla y germinando por doquier con las lluvias de septiembre y octubre.
Al parecer fue introducida en Europa por los jesuitas, que lo llamaban “mastuerzo de Indias”, dando constancia de su utilización culinaria, tanto de sus hojas como de sus flores. Una especie próxima del altiplano boliviano, Tropaeolum tuberosum presenta una tubérculos con un sabor áspero muy acentuado, que recuerda el de la capuchina, siendo un alimento muy consumido por la población. Las flores y hojas tienen un sabor picante similar al berro. Actualmente su uso solo es ornamental, apareciendo en zonas ajardinadas públicas y privadas, pese a que ya está declarada como planta invasora.
Teóricamente esta planta debe producir un impacto ecológico, pero aunque por el momento no se han constatado impactos sobre el medio natural (a excepción de algunos ejemplares que han sido observados creciendo entre especies autóctonas de matorral noble). Sí se ha constatado que en zonas favorables puede formar densos mantos que pueden interaccionar con otras especies (esencialmente de reducido valor de conservación) que colonicen los mismos biotopos, ya que las semillas germinan tempranamente y las anchas hojas de los jóvenes dificultan la llegada de luz al suelo; además, al encaramarse sobre especies leñosas y cubrirlas casi por completo durante el tiempo de máximo fenológico (finales de invierno hasta final de primavera) puede comprometer su subsistencia. No obstante, deben estudiarse de modo más profundo los posibles efectos y contrastar estas observaciones. comunidades viarias o primocolonizadoras. Cabe la posibilidad de que en el futuro llegue a penetrar en zonas húmedas costeras (humedales, riberas, etc.) degradadas, especialmente si se encuentran cerca de núcleos habitados.
En Andalucía hay muy pocas localidades donde se ha detectado esta planta en poblaciones espontáneas, la mayoría de ellas en el litoral de los Acantilados de Maro-Cerro Gordo, en Málaga y la costa granadina. Hay también una cita puntual en Almería y otra en Jaén.
Para su tratamiento se recomiendan métodos físicos y químicos. Al planificar la actuación en una zona, debe conocerse primero si los rodales están formados por formas geófitas o terófitas, lo que puede averiguarse simplemente realizando excavaciones profundas y extrayendo varias muestras al azar; en rodales de invasión temprana, las plantas pueden retirarse manualmente antes de la fructificación (mejor al inicio de la floración); en caso de que se trate de formas perennes, debe cavarse para poder eliminar los órganos subterráneos, que deben ser recogidos después; el uso de maquinaria en rodales extensos y zonas accesibles puede ser rentable desde el punto de vista económico y de rapidez. En caso de actividades en zonas extensamente invadidas debe recurrirse al empleo de herbicidas de dicotiledóneas herbáceas, que, preferiblemente serán translocables en el caso de invasiones por formas perennes. El grado de dificultad se califica de bajo a escala de rodal o parcela, siendo medio-alto a escala local.
Deja una respuesta