Hace poco escuchaba por una emisora radial una canción , mas bien un poema cantado con gran sentimiento por Alberto Cortéz. Le hacía un homenaje a un perro que si bien no era el suyo propio, el mismo animal lo había adoptado a él, al humano, como si los animales también sintieran la necesidad de cultivar el arte de la amistad.
Recuerdo algunos fragmentos y los comparto:
- Era callejero por derecho propio, su filosofía de la libertad
- Fue ganar la suya, sin atar a otros, y sobre los otros no pasar jamás.
- Era nuestro perro y era la ternura, esa que perdemos cada día más…
- Digo “nuestro perro” porque lo amamos, lo consideramos nuestra propiedad
- Para terminar con un saludo de despedida:
- Era el callejero de las cosas bellas y se fue con ellas cuando se marchó;
- Se bebió de golpe todas las estrellas, nos dejó el espacio como testamento
- Vaga su recuerdo por los sentimientos para derramarlos en esta canción.
En Torre del Mar hemos conocido un Shar Pei con edad desconocida como así nunca sabremos de dónde vino. Se sentaba frente a un cruce peatonal y cuando la luz se ponía verde, entonces cruzaba. Tenía sus “paradas” muy definidas y la gente de la zona allí le dejaba alimentos y agua fresca…luego vino la Ley…y se prohibió alimentar animales callejeros pero la Ley no vino para protegerlos a pesar que está escrita.
No se dejaba tocar, tampoco venía moviendo un rabo que no tenía, pero poseía una seriedad y una mirada que solamente puede desarrollar un perro que fue abandonado.
Y tengo la certeza de ser así el caso pues una raza como esa nunca se encuentra paseando perdido, vienen de criaderos donde sus grotescas facciones son explotadas como atractivo haciendo valer cientos de euros cada cachorro…que luego crece y ya al poco tiempo de tenerlo, digo poco pues a los tres o cuatro meses ya van a las Clínicas para operarse de sus ojos por un problema que traen casi todos desde su nacimiento.
A pesar de eso, la familia virtualmente se “enamora” de esa fea belleza y del porte señorial e independiente de esta raza.
Nunca sabremos cómo se llamaba, pero cuando escuché la canción de Alberto Cortez, pensé una vez mas en ese animal que era dueño de sí mismo y porqué no llamarlo “callejero”.
Que su carácter fuese tan independiente y desconfiado es natural en TODOS y lo digo con mayúsculas, los perros que alguna vez fueron abandonados llevan grabado a fuego en su alma el recuerdo de la maldición, del fenómeno en el que una persona es capáz de soltar desde un coche a veces en marcha al inocente que entorpece sus vacaciones o a veces ladra demasiado.
Un día no lo vimos más, si decidió cambiar de pueblo o de barrio…si lo recogió la perrera, no lo sabremos.
Lo que sí sabemos de sobra es que cuando llegan las vacaciones misteriosamente aparecen podencos y galgos por las carreteras buscando a sus amos que ya no los quieren porque…hay que hacer felices a los niños con las vacaciones, hay que viajar y la Tía Clotilde ya está muy anciana para cuidar del perro…
Ese animal, buscará un nuevo amo, pero es como el primer amor, jamás olvidará su primera casa, sus primeros niños con quienes jugaba, tampoco sus primeras vacunas si las tuvo. Cuando alguien lo adopta se encuentra con un ser exageradamente afectuoso, casi sentimos como que con sus ojos tristones nos dice Gracias mi nuevo amo por quererme y perdóname si soy un poco “raro” a veces.
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