El ser humano posee un sistema de alerta que le protege ante cualquier potencial peligro.
Ese sistema de alerta, nos avisa mediante algunos síntomas fisiológicos como, por ejemplo, cuando vamos a cruzar una calle muy transitada o es muy tarde y vamos solos a casa y sentimos ciertos nervios, los cuales se manifiestan como palpitaciones, sudores, cierta sensación de agobio o malestar. Hasta ahí perfecto, ese sistema de arousal o alerta es vital para la supervivencia del ser humano, pero a veces ese estado de alerta se intensifica e incluso se puede llegar a cronificar en el tiempo si no se trata adecuadamente. Es por ello, que mucha gente sufre continuos ataques de pánico o ansiedad que no puede controlar y llegan a convertirse en trastornos o enfermedades más serias.
Los síntomas de un ataque de ansiedad son:
- Sudoración
- Palpitaciones o taquicardia
- Tensión muscular
- Sensación de ahogo o falta de aire
- Temblores
- Náuseas
- Malestar en el estómago
- Sensación de cansancio o debilidad
- Hiperventilación (respiración acelerada)
Durante un episodio de ataque de ansiedad, pueden darse algunos de estos síntomas o todos incluso.
La manera de afrontar este problema sería mediante dos fases. La primera fase, consiste en controlar esos síntomas cuando ya se han presentado. Esto se consigue a través de una adecuada respiración. La persona debe sentarse o tumbarse si puede en ese momento y empezar a controlar la respiración intentando volverla más lenta y profunda. Puede ayudar en este punto cerrar los ojos para poder concentrarse mejor en esta tarea. Este control de la respiración llevará unos minutos, pero con una adecuada concentración se consigue. A la vez, debemos pensar que no nos ocurre nada importante y que es un estado de nerviosismo que vamos a controlar. Pensamientos como: “tranquilo, no te va a pasar nada”, “voy a controlar mi respiración y voy a estar más tranquila”, “venga, ánimo, tú puedes controlar este estado”, “esto es un ataque de ansiedad pero lo voy a controlar”. Pensamientos de este tipo van a contribuir a relajarte poco a poco y conseguirás ir eliminando síntoma a síntoma. No te agobies si no lo consigues de forma inmediata. A veces se tarda un rato, lo importante es que aprendas a pasar de un estado de nerviosismo a un estado más tranquilo o relajado.
Los ataques de ansiedad ocurren por situaciones o circunstancias que nos agobian, nos dan miedo o nos frustran. Aquí es cuando viene la segunda fase y la más importante. Se trata de descubrir cuáles son los pensamientos que han provocado tu crisis. Aquello que pasa por tu cabeza es lo que provoca todos esos síntomas.
Te pongo un ejemplo. Una señora tiene una discusión con su nuera. Si tras la discusión, esta señora empieza a pensar de forma continua, “mi hijo se va a enfadar conmigo”, “mi nuera me va a guardar rencor para siempre”, “mi nuera no me va a dejar ver a mis nietos”, se van a mostrar todos esos síntomas y a gran escala puede sufrir un ataque de ansiedad.
Muy a menudo, esto también ocurre cuando nos encontramos en un lugar cerrado, por ejemplo, estamos de compras en un centro comercial en el que hay mucha gente en ese momento. Si empezamos a pensar, “si ocurre algo grave no voy a poder salir de aquí”, “si quisiéramos salir todos a la vez no podríamos y quedaría aquí asfixiada”, o pensamientos de este tipo, también podemos sufrir un ataque de ansiedad o pánico.
Estudiantes que se frustran o agobian con todo lo que tienen que hacer y gestionar. Problemas en el trabajo o con compañeros o jefes, problemas o conflictos familiares o de pareja, un problema grave de salud, etc. Las circunstancias pueden ser tantas y tan específicas que es muy común sufrir un episodio de ansiedad o varios a lo largo de nuestra vida. Saber reconocerlos y atajarlos en el momento es muy adecuado para que no se creen hábitos o cadenas que se complican y cuestan un poco más resolver.
Ante este tipo de problemas, debemos atender dos vertientes, los síntomas físicos y los pensamientos que generan esos síntomas. Desde el punto de vista de la psicología, las terapias son muy eficaces ante este tipo de trastornos y los psicólogos están preparados para detectar la raíz de todo el malestar que sufre la persona. Te animo si ves que por ti mismo no eres capaz de solucionar tu problema a probar con una terapia psicológica. Además de ayudarte en ese problema específico, aprenderás a cómo gestionar futuros problemas que se te presentarán. La mayoría de las veces, no prestamos atención a cómo resolvemos ciertos conflictos internos y el problema lo generamos nosotros mismos. Una buena terapia te ayuda, además, a conocerte de una manera más profunda. Casi todo el mundo se sorprende cuando se dan cuenta de cosas sobre sí mismos de las que no eran ni conscientes. El conocimiento de uno mismo y el aprendizaje de cómo saber gestionar y resolver de manera óptima aquellos obstáculos que se nos presentan día a día, nos ayudarían a poder aprovechar más nuestros momentos y a vivir mejor.
Técnicas o prácticas como la meditación, la relajación, una respiración controlada o actividades relajantes, como un paseo tranquilo, escuchar música o sentarte en un sitio donde haya naturaleza, como una playa o un campo y estar ahí tranquilo intentando no pensar en nada, sino únicamente estar ahí, disfrutando del paisaje, te pueden ayudar a consolidar ciertos recursos y hábitos en ti, que puedes utilizar cuando los necesites o estés más estresado o angustiado por algo.
Todos vamos a enfrentar problemas y malos momentos, es por ello, que debemos aprender a seleccionar de qué problemas nos queremos preocupar y ocupar. Debemos dejar atrás aquellos problemas insignificantes y trabajar en nosotros mismos para estar fuertes para cuando lleguen los problemas más importantes y urgentes. Ese sería mi consejo para ti este mes. Feliz Noviembre.
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