Y cayeron las lagrimas del ángel de la poesía.
La musa de la tragedia sintió derrumbarse su paraíso en un instante y con gran saña.
Nadie pudo calmarla, nadie ayudarla, nadie persuadirla. Tan solo lágrimas y lágrimas y un corazón hecho pedazos por palabras que sin ser ciertas yo mismo pronuncié. Una estúpida excusa que aún hoy me produce asco recordar.
Aquel ángel que recién nacido y aún en proceso de formación de sus alas necesitaba ser tratado como divino y no como humano, es decir, ser tratado con la verdad y no con el engaño, arrastró sin querer tras de sí una pequeña porción de mi alma. Me había encariñado de su risa o quizás de su tristeza. Había visto nacer su paraíso poético e incluso había sido yo quien un día le dijo que se mirara las alas, pues aún era desconocedora de tenerlas.
Sufrió, sufrí y sufrimos como poeta y musa, como maestro y discípulo, como Dios y su mundo, mas supimos expresar la esencia de nuestros errores, destapar la verdad oculta tras el velo de la responsabilidad y de lo correcto. La simple realidad de que aquello que se presentaba ante nuestros ojos era arte elevado a la máxima potencia . La oscuridad y su belleza inundaron los papeles pariendo ideas, todas trágicas ,todas inquietantes y no aptas para quienes no han nacido con el poder que da una estilográfica.
Pedí disculpas como han de pedirse, con sangre tintada y derramada sobre un papel en blanco y todas las acciones quedaron perdonadas cuando ella, la musa de la tragedia, el ángel de la poesía, esbozó una leve sonrisa.
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