Recientemente ha salido una noticia que me ha llamado la atención. Volvemos a tener ese desconocimiento social sobre determinadas afectaciones mentales, quizás nos invade el miedo o la sensación de incomodidad en la que cada día las personas parece que somos un poquito más exigentes con los demás pero a la vez menos tolerantes en las situaciones que más lo requieren. Mi artículo de este mes se basa un poco en la crítica que quiero hacer de esta noticia que vi hace unos días. Un hombre adulto, de unos treinta años, se sube en un autobús, este señor tiene autismo, y es típico de las personas que padecen esta afectación, comportamientos tales como estereotipias o manierismos, algunos sonidos o tics entre otros, como medida automática e incontrolable por el individuo fruto de esa discapacidad mental que tiene. Pueden parecer personas físicamente sin ningún rasgo llamativo pero comprobaremos con sus actos o su forma de hablar que esto no es así.
No obstante, son personas que se pueden integrar en la sociedad, que luchan tanto ellas como su entorno porque ganen en confianza y autonomía, y quizás es esto lo que le sucedió a Eduardo, este hombre del que hablamos. Cogió un autobús en Valencia, y él sólo se dispuso a realizar su trayecto en este medio de transporte público. Pero en el mismo autobús una persona se quejó al conductor del comportamiento de Eduardo, que quizás por no interpretarlo adecuadamente acabó acarreando un disgusto mayor a nuestro protagonista que al propio pasajero que denunció los comportamientos molestos para él. El conductor activó el protocolo que se supone pertinente y llamó a la policía que desalojó a Eduardo del vehículo tras la queja por las molestias ocasionadas al otro pasajero y lo dejó en una parada desconocida para él, sin más.
Sabemos que a veces no actuamos correctamente y nos arrepentimos, que no estamos informados de todas las características de las discapacidades o de como hay que actuar, pero el sentido común nos puede ayudar a pensar que quizás esa persona que nos está haciendo algún gesto tiene algún tipo de afectación que con tan solo hablar unos minutos con él o ella comprobaremos a qué se debe. No podemos dejar desamparadas a estas personas por comportamientos que no pueden controlar, quizás debamos ser más empáticos, si no estamos cómodos hacerlo saber pero siempre desde el respeto y la comprensión, porque esta persona a parte de tener autismo seguro que lucha día a día para superar el miedo a entrar en un sitio con mucha gente, a ir solo en un autobús, a comprar por él mismo el periódico o a preguntar cualquier duda a alguien de la calle como puede ser la hora, donde está un establecimiento, etc. Es justo y muy necesario que la inclusión no sólo sea un término de moda que queda bien en cualquier mitin o que nos llena la boca cuando nos describimos sobre nuestra labor social, es importante que los hechos ganen a las palabras y que esta generación que se vuelve un poco egoísta entienda también que en la sociedad está la variedad, que hay muchas historias personales y que aunque los tiempos que corren son confusos, inestables y peligrosos, por qué no decirlo también; la característica que siempre ha primado en el ser humano es eso, su humanidad, su capacidad comunicativa y de relación con el entorno. Quizás ayudándonos entre todos un poco más, comprendiéndonos y aceptándonos ganemos mucho más que anteponiendo nuestros pensamientos o necesidades sin tener la prudencia y precaución de analizar un poco las cosas antes.
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