—Desde hoy quiero que me llaméis Peto –comenté a la familia a la hora del almuerzo.
—¿De dónde has sacado ese nombre tan bonito? –preguntó mamá.
—He unido la primera y la última sílaba de la palabra Pedrito.
—¿Os acordáis de la cadena de oro que siempre llevaba puesta? Pues era un regalo de vuestro padre cuando cumplimos el primer año de casado. He dicho era porque hace más de un mes que no la encuentro por ninguna parte, y no recuerdo habérmela quitado.
—No te preocupes mamá, Peto la encontrará. Mañana durante el desayuno te diré dónde se encuentra. Si lo encuentro me tienes que comprar otra novela de Serlock Holmes, los libros de clase son aburridísimos, siempre lo mismo: enanos y gigantes, príncipes y princesas, ratones y gatos, elefantes parlanchines, monos chillones, etc.
—La cadena de tu madre está en la parte del copiloto del coche de tu padre, entre la chapa y la alfombrilla. Hasta otra Petoooooo –me dijo el bisabuelo mientras dormía.
Cuando desperté, quedé extrañado, el bisabuelo ya sabía mi nuevo nombre. Antes que mamá me sirviera el desayuno, le comuniqué el paradero de la cadena.
—Eres un listillo, te estás quedando conmigo.
—Llama a papá y dile que baje al garaje y lo compruebe.
Cuando nos llevaba al colegio, sonó su móvil, era papá que había encontrado la cadena. Mamá me besó con unas lagrimillas en sus ojos.
Nada más entrar en el colegio un grupo de la clase me rodeo. Ramón el gordito quería hacerme una pregunta.
—Pedrito, mi abuela está muy triste, vive sola con su gata y hace varios días que el pobre animalito ha desaparecido. Como no la encuentre pronto, la abuela va a enfermar.
—Dile a tu abuela que mañana sabrá dónde se encuentra su gata. ¡Ah!, desde este momento quiero que todos me llamen Peto, la terminación “ito” es de tonto como Jaimito.
El pegajoso de Luis no se separó de mí ni un momento. El muy idiota pensaba ser detective a mi costa, ya no quería ser general. Cuando se enteró la señorita Carmen de mi nuevo desafío, hicieron apuestas. Dieciocho a mi favor y dos en contra: la seño y Luis.
—¿Qué caso me traes esta vez Petoooooo?— dijo mi bisabuelo mientras dormía.
La abuela de mi compañero Ramón, que vive en la calle…, número…, ha perdido su gata y quiere encontrarla.
—La gata se escapó porque iba a tener gatitos. Está escondida en la sala de caldera del bloque, ahora tiene tres gatitos preciosos. Hasta otra Petooooo. La voz silenció poco a poco.
Cuando comuniqué en clase el paradero de la gata de la abuela de Ramón, la señorita y Ramón fueron al despacho del director para llamar a la abuela. Quince minutos después volvieron a llamar: la abuela había encontrado a la gata y a los gatitos.
—No sé como lo haces, pero desde hoy estaré de tu parte. Creo que serás un buen detective, lo estás demostrando–comentó la señorita cuando se apagaron los aplausos.
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