Marisa y Carmen hablaron conmigo en el colegio. Rafa llegó llorando y no quería decir lo que le pasaba
—¡Habla tú con él! Y averígualo.
Cuando hablé con él, me contó que una vecina del quinto denunció a su padre por ladrón, le desapareció un collar de perlas mientras pintaba una de las habitaciones. Los vecinos querían echarle del bloque.
—No te preocupes, dile a tu padre que Peto arreglará el malentendido.
Les conté a Marisa y a Carmen toda conversación y prometieron acompañarme a casa de Rafa. Mamá no puso ninguna pega, iba con la tita.
Hacía tiempo que rondaba por mi cabeza, ¿por qué mi espíritu no podía acompañar a los agentes del bisabuelo mientras actuaban?. Así podría ver los hechos “in situ” (expresión que copie de otro de los libros y que tuve que mirar en el diccionario antes de usarla.
—Hasta ahora nunca lo hicimos, espera un momento que lo consulte –dijo que bisabuelo después de planteárselo. –¡Eres un atrevido y me gusta que lo seas! –respondió—
—¡Eso quiere decir que si? –volví a preguntar.
—Exacto, pero existe un inconveniente, tengo que ir contigo a todas partes. Tu espíritu verá como ocurrieron los hechos, pero a nosotros no nos verás, ningún mortal puede vernos. Será como un sueño.
De pronto me encontré en el dormitorio de la señora del quinto. En la casa sólo estaba la limpiadora. Tranquilamente cogió el collar y lo guardó en su bolsa. El hecho ocurrió un mes antes de pintar el piso. Por la tarde lo llevó a una casa de empeño. Así acabó mi viaje al pasado. El bisabuelo terminó contándome la historia de la limpiadora. Ahora trabajaba en otra casa y pensaba hacer lo mismo.
Se despidió con un :”gracias Peto por confiar en nosotroooooooos”.
Con la ayuda de la tita, confeccionamos un escrito convocando reunión extraordinaria de vecinos. El único punto a tratar era, el robo del collar de la vecina del quinto. Hicimos hincapié en dos de los vecinos: uno era policía y el otro abogado. Prometieron asistir.
En la planta baja se celebró la reunión. El padre de Rafa era puro nervio, era incapaz de hablar. Fue mi tía la encargada de romper el hielo. Pronto me erigí en protagonista.
—¿Cuándo echó en falta su collar? –pregunté a la señora.
—Cuando estaba pintando el portero.
—Los días anteriores al supuesto robo, ¿miró si estaba el collar?
—¡No! –exclamó con rotundidad.
.¿Cuando fue la última vez que lo vio?
—Hace varios meses—
—¿Y no lo pudo sustraer la limpiadora? Según tengo entendido se despidió hace un mes.
La señora comenzó a dudar tras mi pregunta.
—No lo sé. –respondió cabizbaja mirando a sus convecinos.
—Pues yo sí. La ladrona fue su sirvienta. Llevó el collar a una casa de empeño. No es la primera joya que roba, y en la casa donde trabaja ahora, ya se llevó algunos objetos. Todo esto se puede comprobar.
Di la dirección de la casa de empeño y dónde trabajaba ahora la ladrona. Se anotó en el libro de actas del bloque y se acordó denunciar a la ladrona en la comisaría más cercana. Ya se encargaría la policía de comprobar los hechos.
Cerrada la reunión, los vecinos me felicitaron. El policía se me quedó mirando.
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