—¿Cuánto me costará la recuperación del vehículo?— me preguntó Ignacio—
Miré a Jesica y adiviné sus pensamientos. Lo teníamos planeado.
—Pasar unos días con mi familia en vuestro caserío.
—¡Hecho! Podéis pasar las navidades con nosotros, mandaré a recogeros y, si os gusta el frío y la nieve, disfrutaréis; allí nunca faltan esos dos elementos.
En septiembre me incorporé a estudiar cuarto de primaria.
—Este año te toca don Daniel, es algo gruñón y quisquilloso, pero no es mala persona—me informó la tita antes de entrar.
—¿Entonces a mi hermana le toca tu amiga Marisa.
.Exacto.
—¡Hola Rafa!
—Es mi hermano Quique. Hoy es su primer día de clase y viene algo asustado –me comentó –tenemos que hacer algo para que no se metan con él.
—Le nombras tu ayudante delante de otros niños y sabrán que es nuestro protegido.
Cuando entré en clase, me tenían reservado un asiento en primera fila. Al sentarme, noté que el espíritu de Rex estaba a mi lado; no quería perderse mi primer día de clase.
Durante el transcurso de la clase se me ocurrió un truco fantástico de pura magia. Con la ayuda del fantasma de mi perro, dejaría a todo el mundo patidifuso. Lo haría en el recreo.
—El que quiera contemplar mi actuación que se acerque. Haré magia al aire libre. Los profesores también pueden acercarse. Aquí no hay trampa ni cartón.
Como mi fama estaba reconocida por todo el centro, enseguida tuve allí a treinta niños y media docena de profesores, entre ellos a mi tía Carmen y Marisa. Don Daniel se quedó a mi lado vigilándome, no se fiaba de mí ni un pelo.
—Colocaros en una hilera mirando hacia mí –ordené al grupo de veinte alumnos que se habían prestado voluntario.
Rafa fue retirado de la hilera y sustituido por otro, don Daniel no se fiaba de él.
—Ahora poned las manos atrás y esta canica roja que tengo en la mano, se la daré a don Daniel y se la dará a uno de vosotros. Os la iréis pasando por detrás de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, me es indiferente. Leeré en vuestros ojos quién la tiene. El mismo profesor dará la orden de parada.
La posibilidad de acierto era del 5%, misión imposible, debieron pensar los profesores.
—Para hacer más difícil el ejercicio, me pondré de espaldas para no ver quién es el primer portador de la canica.
—¡Ya!—exclamó don Daniel quince segundos después.— Puedes empezar a buscar.
Al darme la vuelta observé, que muchos niños tenían los ojos cerrados. Lo que ninguno sabía era, que Rex estuvo observando el paso de la bola de una mano a otra. En una silenciosa carrera se acercó junto a mis piernas y fue dirigiendo mis movimientos hasta dejarme enfrente del poseedor de la canica.
—¡La tiene Raúl! –exclamé ante el asombro de todos.
Raúl me entregó la canica y se la devolví a don Daniel. Estaba pasmado, mejor dicho petrificado.
—Ahora, más difícil todavía. La señorita Marisa nos prestará su pañuelo y don Daniel me vendará los ojos.. Intentaré acertar sin ver a la persona, sólo la señalaré con un dedo.
Un minuto después, con un andar cansino, dirigido por Rex, me acerqué al grupo, extendí mi brazo derecho y señalé al frente. Escuché aplausos, había acertado.
—¡Peto! ¡Peto!, gritaban todos en el recreo.
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