A finales de noviembre, el colegio programó una excursión a una comisaría. Como conocían mi amistad con Pablo, decidieron visitar su comisaría. No puso inconveniente, me debía muchos favores. Don Rafael y don Andrés me dieron las gracias por mediar en el caso.
El día señalado, un autocar nos acercó a la comisaría. No estaba muy lejos, sólo tardamos diez minutos. Una joven muy guapa dio la bienvenida al grupo.
—Soy la subinspectora Regina encargada de las visitas –dijo con voz melosa, dirigiéndose al grupo en los escalones de la entrada principal del edificio.
Su voz me sonó dulce, aterciopelada, pero denotaba una firmeza inusual para una chica de su edad. Pablo se acercó a ella y le susurró algo al oído. A continuación cogió mi mano y me separó del grupo.
—El comisario quiere verte, le he hablado de ti y tiene ganas de conocerte –me comunicó Pablo mientras atravesábamos un largo pasillo lleno de puertas y cristales translúcidos.
—Don Ulpiano, éste es Peto, el mejor detective de la ciudad.
El comisario principal tenía cara de bonachón, según Pablo, llevaba de comisario toda su vida y sabía de que pie cojeaba cada uno de sus subordinados, no se le escapaba una.
—¡Siéntate chaval!, —exclamó, pareces espabilado y buena persona.
—Si no se sienta mi amigo Pablo, no me siento –comenté ante la sorpresa de Pablo.
—¿Qué puedo hacer por el detective más famoso de la ciudad? –preguntó sin ningún aire de superioridad.
—Yo iba a hacerle la misma pregunta, ¿qué puedo hacer por el comisario mas antiguo de la ciudad? –repliqué en tono jocoso.
Antes de seguir con nuestra conversación, se lo pensó dos veces, fue Pablo el que rompió nuestro silencio.
—¿Por qué no le pone a prueba? Insinuó al comisario lanzándole un reto.
—Está bien, ¿dónde está mi anillo de casado que perdí hace tiempo?
Con mucha parsimonia saqué de mi mochila la libreta y el bolígrafo. Don Ulpiano se dio cuenta del detalle, iba a empezar el interrogatorio y solicitó un café y una botella de agua mineral, enseguida se lo sirvieron.
Comencé a escribir:
—¿Cuánto tiempo hace que lo perdió?
—No lo sé.
—¿En cuántas comisarías trabajó?
—Sólo en ésta.
—¿Ha hecho alguna reforma en la comisaría?
—Lo normal, cada cinco años se pinta y se cambian algunas puertas y cristales.
—¿Cuánto tiempo lleva casado?
—Treinta y ocho años.
—¿Durante ese tiempo vivió en el mismo domicilio?
—¡No!, me cambié tres veces.
Anoté las tres direcciones en mi libreta. Después me levanté y escudriñé la habitación. Más de una docena de fotografías adornaban sus paredes, correspondían a diferentes etapas de su vida, amén de sus diplomas y menciones honoríficas.
—¿Qué buscas con tanto empeño en las paredes?
—Observo las fotografías por si en alguna de ellas se ve el anillo.
En casi todas tenía las manos a la espalda o en los bolsillos. En una se veían las manos pero estaban enguantadas.
Recuerdo aquel invierno tan frío, me salieron sabañones, por eso no me los quitaba.
—¿Tiene ya el detective los datos suficientes para iniciar las pesquisas?
—Los tengo. Dentro de unos días tendrá noticias mías a través de Pablo..
Nos despedimos con un apretón de manos como buenos amigos.
—Difícil te lo ha puesto, yo no sabría por donde empezar
—¡Lo encontraré! –exclamé pensando en el bisabuelo y sus colaboradores.
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