Aquella noche me puse en contacto con mi pariente y le facilité toda la información. Enseguida puso a trabajar a varias decenas de miles de espíritus. Cuando desperté, todavía no había recibido información del bisabuelo. Tres días después se puso en contacto conmigo.
“Tengo a más de un millón de espíritus investigando y no han averiguado nada. Si no consiguen nada hoy, cerraremos el caso. Quedará archivado para todos como una mancha negra en nuestra agencia”.
Pues yo no me rindo, investigaré por mi cuenta –pensé mientras pedía ayuda a mi cerebro. Al final, al que pedí ayuda mientras dormía fue al espíritu de Sherlock Holmes.
Cuando desperté, una frase resonaba en mi cerebro, “analiza minuciosamente los hechos y encontrarás la respuesta”. Retrocedí al día de la visita a la comisaría y analicé paso a paso lo que pasó en el despacho del comisario, desde que entré, hasta que salí. Hice hincapié en nuestra conversación y en la observación de l s fotos enmarcadas en las paredes. También hice un análisis meticuloso del moviliario de de los objetos de la mesa.
¡Eureka!, por fin una idea nueva llegó a mi mente, después llegó otra y otra. Tenía una hipótesis y había que demostrarla. Cogí el teléfono y llamé a Pablo.
—Ya sé donde está el anillo de tu jefe.
—¿Dónde?
—Es sólo una hipótesis, pero creo que lo he encontrado. Mañana sábado me recoges en casa para ir a la comisaría, quier charlar otra vez con el comisario. Le puedes comunicar con antelación, que mañana tendrá su anillo de bodas, Peto lo ha encontrado.
—Don Ulpiano no suele ir los sábados a trabajar.
—Si quiere su anillo tendrá que ir, cuando lo recupere se puede marchar.
—¿Dónde está mi anillo? –preguntó don Ulpiano nervioso perdido cuando volvimos a encontrarnos en su despacho.
Saqué de mi riñonera una llave inglesa que había cogido de la caja de herramientas de mi padre y se la entregué a Pablo.
——¡Vamos a por el anillo! –exclamé sin dar a conocer mis verdaderas intenciones.
A continuación, abrí una de las puertas del despacho y ¡zas!, había un cuarto de baño como imaginé.
—El anillo está en el sifón del lavabo –dije orgulloso de mis deducciones, pero a la vez, recelando un poco por si no eran las correctas.
Pablo desarmó el sifón y encontró el anillo ante la sorpresa de su jefe. Con una servilleta de papel de mi riñonera, lo limpió y se lo entregó. Estaba tan emocionado que tuvo que sentarse. Cuando se tranquilizó, me preguntó.
—¿Cómo lo hiciste?
Fue Pablo el que le dijo que siempre contestaba con “secreto profesional”.
Como me sentía orgulloso del hallazgo, comencé a desgranar la espiga delante de dos expertos policías.
—El café del primer día, los cuadros de las fotos y cierto ruido, me dieron las primeras pistas para mi hipótesis.
Se quedaron pasmados, “café, ruido y cuadros, que pistas más absurdas para iniciar una investigación de esa índole.
—Cuando le trajeron el café, echó dos pastillas de sacarina porque es diabético y al mirar los cuadros, le encontré con veinte kilos más . Al perder peso, el anillo se movía. El día que entré en el despacho, escuché el ruido de una cisterna llenándose por lo que intuí la existencia de un cuarto de baño. Cierto día lavándose las manos, el anillo se soltó y pasó por el desagüe que también estaba roto y llegó al sifón. No se dio cuenta de su pérdida porque la bombilla estuvo fundida una larga temporada. ¿Me equivoqué en algo?
—Todo, todo lo que has dicho es cierto –balbuceó— ¡serás un buen policía.
—Detective, si no le importa.
—Ya lo eres, no cabe la menor duda.
—¿Qué te debo por la investigación?
—¡Un helado de tres bolas! –contestó Pablo.
Deja una respuesta