Han pasado once años desde que desentrañé el caso de las pirámides de mármol. Acabo de cumplir veintidós, soy un hombre hecho y derecho. Me gusta vestir bien: traje y abrigo en invierno y pantalón claro y camisa de manga corta en verano. Fue un consejo de mi tío Jesús, que adopte desde que cumplí la mayoría de edad. También guardo en el ropero media docena de trajes de invierno y verano con una docena de niquis de marcas conocidas. En el zapatero sólo hay media docena de pares de zapatos y dos pares de zapatillas deportivas. Dos pares son naúticos y cuatro pares de zapatos negros con cordones. Los mocasines los descarté, después de utilizar un par. Primero apretaban y después mis pies bailaban dentro de ellos.
El fondo de estudios que fue colocando mi tío Jesús en un cuenta bancaria durante años, me sirvió para darme la gran vidorria en mi paso por la universidad, no me perdí ninguna fiesta ni ninguna clase. Ni que decir tiene, que el bisabuelo me ayudo en los estudios. Por las noches martilleaba mi cerebro con los temas que diariamente daban mis profesores en la universidad. Durante los exámenes, vigilaba mis escritos y las dudas se diluían al instante gracias a la colaboración de otros espíritus.
Mis notas en Derecho acabaron con “summa cum lauden”(con máximas alabanzas). También hice dos cursillos de criminología, necesarios para la titulación de detective privado y, uno de sociología, para entender los parámetros por los que se guían los delincuentes. ¡Soy detective y Diplomado en Derecho! Fui elegido por profesores y alumnos para dar un pequeño discurso, antes de lanzar el birrete al aire.
Desde el primer día que pisé la Facultad, fui alardeando entre profesores y compañeros de mis apetencias por ser detective. La mayoría, tomaron a bromas mis palabras, sin embargo, otros me encargaron algunos asuntillos de poca monta relacionados con pérdidas y temas amorosos: no les defraudé. No hice ninguna amistad fuerte durante mi periodo universitario, me refiero al género femenino.
Hace seis mese compré un piso en una subasta en el centro de la ciudad para instalar en él la agencia. Consta de ciento cincuenta metros cuadrados. También compré una plaza de garaje en el edificio contiguo, aunque siga sin coche, en un futuro tendré uno. Cincuenta metros son para la agencia y el resto de vivienda. Todo está montado a gusto de la familia, yo sólo tuve que dar el visto bueno. Mi tío Jesús se encargó de amueblar la parte de la agencia y, entre mamá y la tita Carmen, la zona de vivienda.. Cuando me siento detrás de la mesa de mi despacho, parezco un magnate. Después del verano pienso abrir la agencia de detective. El piso lo utilizaré para desconectar de vez en cuando de la familia y cuando tenga exceso de trabajo y termine tarde.
En las paredes del despacho adornan mis títulos académicos y las menciones honoríficas.
Tengo que ganar dinero para pagar las letras del banco de la vivienda. Ahora estoy confuso sobre mi trabajo, no sé lo que me espera. No es lo mismo elegir un caso, como estaba haciendo hasta ahora, que resolver algo que te impongan los clientes. En fin, tendré que acostumbrarme a las circunstancias.
Deja una respuesta