Cada Sábado de tarde viajábamos un amigo y yo a las clases de apicultura con el entusiasmo cada día mayor por conocer las “intimidades” de estos seres tan peculiares y generosos.
Tenía yo un vecino muy amigo de profesión joyero y que tenía dos hijos que hoy los denominaríamos “especiales” o sencillamente diferentes por haberles dotado la naturaleza un nivel diferente de inteligencia.
Como en esa época yo era relojero a veces necesitaba de su ayuda y él también, más de una vez requería mis servicios en el oficio cuando de relojes se trataba.
Un día de esos le conté algo sobre las abejas pues mi entusiasmo era grande y le conté cómo era la vida de la colmena, de su entorno de campo y la gente con la que teníamos que compartir la experiencia de abrir las colmenas para control y a veces para cosecha.
Mi amigo joyero me confesó que su vida de familia era un tanto difícil y pensó que las colmenas podrían ser un alimento para su alma y una bendición para su familia tan especial.
Se jubiló como joyero y las colmenas llenaron su tiempo y atención con la dulzura de su miel y la vitalidad de su jalea Real. ¡Un psicólogo no podría haberlo hecho mejor!
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