-Abuela, hoy quiero pintar como tú y quiero sentarme en tu taller con tus pinceles. Yo traje los papeles de mi casa y mis pinturas. ¿Tú me ayudas?
La abuela que no salía de su asombro por lo firme de la decisión de Carmencita con apenas seis años emocionada la invitó a su “taller”. El nombre va entrecomillado pues no solo se pintaba allí sino que también se hacen velas artesanales, repujado en estaño al estilo antiguo y vitrales con plomo y acrílicos…en fin creatividad de tercera edad pero que ahora es reclamada por la primera. Qué experiencia!
Estaban en ello, Carmencita pintando y escribiendo palabras con su pincel y los colores hasta que de repente mira el rostro de su abuela…
-Estás muy guapa abuela, ¿me dejas ver una cosa?
-Sí, ¿qué quieres ver?
La niña pone su manita sobre la frente de la abuela y eleva los cabellos llevando su mano hacia arriba y con asombro le dice:
-Tienes que ir a la peluquería, se te ven las raíces blancas!
La pequeña inspectora de canas siguió tan concentrada como antes con su tarea, mientras, la abuela marcaba un número en su móvil.
La humanidad y en especial las personas públicas deberían aprender la lección: es más rentable aceptar y compartir experiencias entre gentes y generaciones diferentes que valerse de ellas para desacreditar al prójimo. La hidalguía y la amistad sincera son generadoras de confianza…producto en escasez hoy.
-¿Lunes a las doce? Queda hecha la cita con la peluquera.
La abuela sigue con sus velas artesanales, hoy está haciendo velas de hielo. Cuando se derritan los trozos de hielo agregados a la parafina quedarán cavernas iluminadas todas diferentes, de color y luz.
-Abuela, ¿cuándo vamos a jugar al parchis entre todos? Me gusta mucho cuando jugamos en la mesa grande!
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