—¡Está bien chiquilla! –exclamó Marina que había entrado en el salón pequeño para dar el visto bueno.—Deja un hueco en el centro para las flores que hay en la cocina.
—Ya he sacado seis euros de propina –susurró en mi oído como si fuera una millonada.
—Ya sé donde hiciste la primera comunión.
—¡Ya!, es imposible que en dos horas lo hayas averiguado.
—Te informaré: hiciste la comunión con tu primo Paco y lo celebrasteis en casa de tu abuelo Ricardo, que era el alcalde de un pueblo con menos de doscientos habitantes. Desayunasteis…, y eso es todo.
—¿Cómo se llamaba el párroco?
—Dimas. Es el nombre del único santo santificado en vida. Lo hizo Jesús en la cruz antes de morir.
—¿Dónde radica tu sapiencia?
—En mi mente.
—Creo que el próximo lunes pasaré el día completo de descanso contigo. Tendrás que convencer a tu madre para que me invite a almorzar.
—Y a cenar si quieres. Si tienes preferencia por alguna comida en particular me lo comunicas con antelación. Aurora es una buena cocinera.
—Si cenáis temprano me quedaré. El cóctel de mariscos me pirra. Ya no recuerdo la última vez que lo comí.
Mi corazón se aceleró y estuve a punto de gritar. No lo hice, sin embargo, me lancé al vacío.
—Si no tienes ningún compromiso, podemos salir juntos.
—Todavía nadie llamó a mi puerta.
—¡Ya llegan los de la comida! He escuchado las voces de Pablo y Regina.
—¡Peto!, gritaron varios policías al verme.
—Hola a todos.
—Ven y dame un beso –dijo la mujer de don Ulpiano.
—¿Qué haces para estar cada día más joven.
—Las pirámides que encontraste, han traído a nuestra casa una salud insospechada. Ni resfriados ni gripe ni nada. Hasta a mi marido le ha bajado el nivel d glucosa y sólo se pincha una vez al día. Dice la enfermera que pronto dejará la insulina y tomará pastillas. Quiero que te sientes a mi lado durante el almuerzo, tienes mucho que contarme.
Vera no me quitaba ojo. La familiaridad que mantenía con el grupo policial le impresionó.
Regina se acercó para besarme. Llevábamos un año sin vernos.. Lucía su pistola en la cintura dentro de la funda.
—¿Quién es esa camarera tan guapa?
—Es la sustituta de Elena.
—Pues no te quita ojo, le has hecho tilín.
Ojalá, pensé.
—¿Cuéntame algo de ti? – comentó Lucía
—Serviros una copa que vamos a brindar –gritó don Ulpiano.
Le conté la historia de la nueva camarera. Lucía se emocionó u estuvo a punto de llorar después de que leyera en mi móvil la solicitud de trabajo de Vera.
—Tan guapa y tan necesitada. Murmuró.
Terminada la comida, Lucía vació el canastillo de mimbre del pan y los colines.
—Escuchen todos. Don Pedro, Peto para los amigos, pasará la canastilla donde irán echando la propina para que la nueva camarera se acuerde siempre de la jubilación de mi marido.
Con una servilleta tapé la canastilla y lleno de vergüenza pasé en busca del óvolo. Lleva estas dos botellas de cava, son regalo de la casa –le dijo Pedro a Vera.
Al entregar las botellas, Lucía le entregó la canastilla.
—Te lo has ganado.
La chiquilla salió llorando en dirección a la cocina en busca de Aurora.
—¡Cien euros! No está nada mal. Han dejado más propina que don Ignacio.
—¿Quién es don Ignacio?
Un industrial muy rico amigo de Peto, que nos visita cuatro veces al año. Peto encontró a su hija que había sido secuestrada.
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