Resuelvo un caso con ayudante.
—¿Cuántos años tenías cuando resolviste el primer caso en el colegio? –me preguntó Vera mientras ojeaba el primer bloc de los casos resueltos.
—¡Siete!, tuve que buscar un canario, un monedero y una goma de borrar de una compañera.
—¿Éste es Ignacio el rumboso? –preguntó al comenzar a leer el caso del secuestro de Jésica.
—El mismo, nos hicimos amigos cuando ayudé en el secuestro de su hija. Desde entonces le he resuelto media docena de casos Esta pulsera de oro que llevo puesta, fue un regalo de sus socios por resolver un caso de robo de pescado. Lo más seguro es que nos invite este verano a pasar una quincena en uno de sus caseríos, todos los años lo hace. Si así fuera, marcharíamos en breve.
.Tiene una limusina de doce plazas –comentó mi hermana.
—Te equivocas, la limusina que tiene ahora es de diez plazas y la compró hace seis meses.
A las doce estábamos llamando al timbre del hombre del anuncio. Según indicaba en la puerta de la casa, se llamaba Juan.
Nos miro de arriba abajo, sin creer mis palabras. No esperaba tanta juventud en el vidente y su ayudante.
—¿Quién les ha dado esta dirección? En el anuncio sólo puse el número de teléfono.
—Mis informadores, un detective nunca revela el nombre de sus contactos –respondí mostrando mi carnet de detective.
—Dónde está el décimo desaparecido?
—No lo sé, pero… a partir de las doce se lo entregaré en mano. Antes, léase este contrato.
Después de la breve lectura, lo firmó y Vera firmó como testigo.
—¿En qué parte de la casa está?
—Está fuera de la vivienda. Bajemos al portal y coja las llaves del buzón.
Según el bisabuelo, el cartero pasaba antes de las doce.
—Puede abrir el buzón, dentro encontrará una carta que usted mandó a su hija el domingo pasado y como se ha cambiado de domicilio sin comunicarlo a ningún familiar ni amigo, el cartero la ha devuelto a su punto de origen por indicación del portero del bloque donde vivía su hija. Dentro del sobre está el décimo. Usted lo guardó sin darse cuenta.
Vera estuvo a punto de aplaudir, lo noté en el brillo de sus ojos, no sé si por resolver el caso o por los mil euros que percibiría. Regresamos al piso y Juan sacó un talonario para firmar un cheque.
—¡Ese no! –exclamé, al ver el nombre de la entidad bancaria.
—¿Por qué no?
—Porque no tiene suficiente saldo. Esta semana le han cargado unas facturas arrancando un buen pellizco de esa cuenta.
—Tú que sabes.
—Lo he investigado.
—Es cierto que me han cargado algunas facturas, pero creía…
—No crea nada y saqué un talón del BBVA, donde guarda la mayor parte de su dinero.
Con el nuevo talón firmado nos despedimos y marchamos a la sucursal más cercana de mi banco. Lo ingresé en mi cuenta y saqué mil euros para Vera.
—Te los prometí y ahí los tienes—comenté, entregándole diez billetes de cien euros.
—¿Así es como te ganas la vida?
—¿Te parece bien?
—Me parece fabuloso, acabas de ganar quince mil euros y te has quedado tan campante. ¿Dónde está el tope de tus ganancias.
—Setenta y cinco mil. Se los cobré a una compañía de seguros por recuperar material electrónico valorado en millón y medio. Lo hice con tan sólo nueve años, en realidad el que cobraba era mi tío Jesús y nos repartíamos las ganancias. En aquella época era reconocido como el detective de las veinticuatro horas.
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