A Juan Luis Domínguez Fernández
El ángel puro del tiempo se va acercando a la orilla,
siente la fuerza del viento y ve la mar ante sus ojos;
abre sus gigantes alas y va hincando las rodillas,
sobre la arena terrestre que se convierte en lodo.
Lame la sangre oxidada que sale de sus costillas
y recompone su vida, su energía y de algún modo,
intenta de nuevo el vuelo pero clavan como espinas,
sus alas blancas henchidas que lo protegen de todo.
Adopta la fuerza del viento y pide a dios compañía,
y en aquella mar bravía grita al cielo con decoro,
espantando de su mente las mas tristes pesadillas;
soñando con volver un día a su palacio de oro.
Vienen, suenan y resuenan en medio de la Bahía
sirenas de siete mares que emiten un cante jondo;
Se acercan al hombre débil con sus figuras marinas;
dan a su parte divina ilusión y amores locos.
Ya por fin se hace la noche en el Sur de Andalucía;
una Atlántida perdida resuena entre los escombros;
las sirenas de la muerte satisfechas de poesía
se alejan de la bahía dejando allí al ángel solo.
Oh, tú, angelito del tiempo, que te duelen las heridas,
que te abandonan, te cuidan, te ilusionan; por ti lloro,
porque viviste la sangre de las batallas perdidas,
porque no emprendes la huida, cuando la mar un monstruo.
¿Para qué tus alas extendidas?
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