Partiendo de conocer la importancia de una buena educación, para todo en la vida, ya que esta educación aprendida a lo largo de nuestra vida es la que nos va a presentar como persona, lo que nos define y nos hace crecer. Por ello es tan importante que los padres y madres seamos conscientes de que no tan solo las experiencias de la vida y la escuela educan, sino que los primeros educadores o educadoras somos nosotros, y que las más influyentes lo hacemos casi sin saberlo.La influencia de los padres en la personalidad de los niños y niñas, es un proceso sutil y continuo que se inicia desde el momento de la gestación y se prolongará a lo largo de los años de la infancia y adolescencia. Ya desde que son bebés, se comienza a ver todo en función del mundo que les rodea, mucho antes de que puedan hablar y entender el lenguaje, se habrá recibido millones de impresiones sobre él o ella misma y sobre todo lo que tiene cerca. Los padres y madres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos/as y este comportamiento es aprendido en el seno de la familia, influyendo esta de manera importante, en nuestra personalidad, ya que las relaciones entre los miembros determinan valores, afectos, actitudes y modos de ser que se van asimilando desde el nacimiento. Importante también el ambiente familiar, sea como sea la familia, tiene unas funciones educativas y afectivas muy importantes, ya que partimos de la base de que son patrones que influyen en la conducta y que muchas veces se transmiten de una generación a otra.
Educar implica influir positivamente en el desarrollo de la personalidad, una especial atención de las conductas infantiles considerando que los adultos aprendan a identificar qué conductas están reforzando y cuáles no, y si estas son las adecuadas. Hay que ser muy cuidadosos con las críticas, ya que utilizadas frecuentemente harán que el niño se sienta como aquello que le señalamos. Si los padres y madres solo prestan atención a las acciones del niño/a cuando llora, pega, moja la cama o da la lata, estarán reforzando esas conductas; pues con ellas el niño/a estará consiguiendo que le presten esa atención que reclama. Por el contrario, si cuando el niño/a realiza conductas adecuadas y mantiene un comportamiento correcto, los padres o madres no le prestan atención, porque consideran que lo que hace es lo natural o lo que debe hacer, no reforzarán esas conductas. Entonces, estarán contribuyendo a que el niño/a deje de hacerlas, esto son aspectos importantes para la formación de la personalidad del futuro adulto, y que afectan a la regulación del afecto, a las creencias sobre sí mismo, autoestima y auto concepto y a su forma de actuar.
Las primeras relaciones padres-hijos o hijas, se establecen a través de actividades en torno al cuidado físico: alimentación, higiene, vestido… A través de esas primeras rutinas se ponen en contacto dos mundos:
- Un estilo de atender, en función de la personalidad de los padres (nerviosos, inseguros, tranquilos, seguros…).
- Y un estilo de pedir en función del temperamento de los hijos (niños de demanda imperativa, irritables, agitados o niños tranquilos, regulares y fáciles de calmar).
Los padres y madres, trasmiten muchas cosas sin necesidad de usar el lenguaje a través de otros canales a los que los niños son especialmente sensibles (movimientos corporales, tono de voz, gestos, miradas, sonrisas…). A través de ellos le están diciendo a su hijo/a lo que les gusta, lo que es importante para ellos, sus miedos y preocupaciones, estos serán los cimientos sobre los que edificar una personalidad sana y equilibrada. Tiene también la personalidad un componente de influencia genética, tanto en la inteligencia y en el mejor o peor rendimiento académico de niños y adolescentes, como en la predisposición a tener cierto carácter, es cierto que la genética con la que se nace condiciona el desarrollo futuro, pero no lo determina, vamos modificando nuestra conducta a medida que aprendemos.
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