—¿Cómo has conseguido esos datos de mi familia? –dijo tuteándome.
—“Secreto profesional”. Recuerda que soy detective. Si me dieras veinticuatro horas, te diría donde hiciste la primera comunión y el nombre de los invitados que fueron al evento.
—Cuidado con él, no es ningún principiante, lleva quince años ejerciendo de detective: nunca falla –apuntilló Pedro saliendo de la barra y reuniéndose en nuestra mesa.
—Ja, ja, ja—contestó irónicamente con una risa socarrona.
—Puedes ponerle a prueba, te asombrarás de sus respuestas.
La duda germinó en la joven.
—¿Me puedes decir ahora la fecha de mi cumpleaños?
—Déjame pensar unos instantes.
Mi bisabuelo me susurró algo al oído.
—¡Ya está!, el próximo uno de agosto cumples veinte años.
Pedro y Marina miraron a la chica y ésta asintió con la cabeza: primer acierto.
—¿Por qué me pusieron Vera?
El silencio que mantuve fue malinterpretado por la joven.
Difícil te lo he puesto, mi nombre no es muy común.
—Espera, la respuesta está bastante lejana, pero se acerca rápidamente a mis neuronas.
Otra vez el bisabuelo volvió a chivatear.
Fue por tu abuelo. Durante la segunda Guerra Mundial se enamoró de una rusa con ese nombre. No está registrado en el santoral católico pero en el ortodoxo si. Tu nombre proviene de la palabra bépa, que significa aquella que tiene fe, o simplemente fe. En la Unión Soviética el uno de agosto es santa Vera.
—Sabes más de mí que yo misma, es inaudito.
No sigas preguntando, nuestro detective es capaz de decirte el color y la marca de la ropa interior que llevas puesta –comentó Marina picaronamente sin intención de ofender.
Las dos mujeres se miraron y sonrieron.
—¿Por qué no dejáis de una vez la conversación y le enseñas la barriada? El portátil lo puedes dejar en la cocina o te lo guardo detrás de la barra.
Vera estuvo conforme con la sugerencia de su nuevo jefe. Después de un suculento desayuno necesitaba un paseo para estabilizar su estómago.
Antes de que te marches, quiero enseñarte las dependencias del establecimiento.
—¿Qué tal persona es nuestro detective? –preguntó Vera Marina.
—Para nosotros es la mejor persona del mundo. Ayer estuvo aquí con su corta familia celebrando su salida de la universidad. Ha sido el número uno de su promoción. Desde ayer, oficialmente es abogado. Ha rechazado varias ofertas de trabajo en los mejores bufetes de la capital y de algún que otro banco de primera línea. Tiene veintidós años y cuatro meses.
—A las once aquí –dijo Pedro antes de que saliéramos del bar.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
—Desde los siete años. Mi padre fue trasladado de una ciudad de provincia a la capital. Ahora haremos el mismo recorrido que hice con mi familia la primera tarde que llegué a la barriada.
Vera se cogió de mi brazo como si fuera la cosa más natural del mundo., había ganado su confianza. Su contacto puso mi piel de gallina. Debía de ser de tensión baja, ya que su brazo estaba frío o el mío demasiado caliente.
—Tu ropa interior es celeste –susurré a su oído.
Vera dio un respingo y se soltó, tapándose con sus manos algunas partes de su cuerpo.
—¿A caso tienes rayos X en los ojos?
—Lo dije por el color de tus ojos. Fue una asociación de ideas.
—Pues acertaste de pleno— afirmó con naturalidad colgándose otra vez de mi brazo.
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