Quizás el título del artículo de este mes os haya sorprendido un poco o cuanto menos os puede haber resultado algo peculiar. Esta vez me apetece mostraros un artículo más personal y quiero contaros como decidí ser logopeda.
Para mí, fue una decisión importante. Lo recuerdo como algo bonito, como esas cosas buenas que deben suceder y suceden bien, como tú luego quieres recordar. Recuerdo que estaba en segundo de bachillerato, esa inolvidable etapa, ya teníamos en mente cada uno de mis compañeros y yo más o menos idealizado que rumbo queríamos tener en nuestras vidas, al menos en el terreno laboral. Yo sabía que me encantaba tener un trabajo en el que me relacionase con más gente, pero no tenía del todo claro que era lo que buscaba. Me encantaban los niños, la enseñanza, ayudar a los demás, pero también me ilusionaba el estudio de los idiomas y la carrera de turismo pese a que era poco puntera en inglés y sabía que eso era más que fundamental. Y mi meta más lejana, la medicina, pero sin ser capaz de llegar a la nota que necesitaba para acceder. Buscaba algo más definido y no sabía que nombre tenía aquello.
Ya estábamos en segundo, se acercaba aquella selectividad. Teníamos que decidirnos y sacar el máximo partido a nuestras notas para que pese a la decisión que aún no llegaba, al menos tuviéramos la opción de elegir después gracias a una buena nota.
Y llegó el día en el que mi mente se abrió, y conoció lo que nunca antes había oído, la palabra “logopedia”. Vino de la mano de nuestro profesor de antropología, Juanjo, un profesor abierto, cercano, con inquietud y una asignatura optativa que me gustaba bastante y gracias a la que descubrí lo que sería mi pasión.
Estábamos en la recta final del curso, en uno de esos momentos de debate que nos proporcionaba nuestro profesor al final de cada clase cuando comenzó a preguntarnos uno a uno lo que queríamos hacer tras terminar en el instituto y llegó mi turno. Le expliqué exactamente lo que quería, lo descrito anteriormente y me dijo “tu profesión es la logopedia”. Supo dar la clave exacta. Me informó de las áreas que abarcaba, de como podía tener la oportunidad de enseñar, dar la capacidad de comunicarse a la gente, de como podía trabajar tanto con niños como con adultos; podría estudiar los orígenes del lenguaje humano, nuestra propia lengua, la repercusión de otros idiomas en nuestro aprendizaje… Era la combinación de cosas que quería unidas bajo un mismo nombre: logopedia. Fue entonces cuando comencé a investigar y no me fijé en nada más. Todo cuanto leía a cerca de ello me asombraba e invitaba a buscar más información. No tuve duda y fue lo mejor que hice. Desde entonces me formé, sigo haciéndolo y no dudo que lo seguiré haciendo.
Mi trabajo no debería llamarse así, porque disfruto con lo que hago, y con lo que aprendo, y es que muchas veces aprendo de mis pacientes mucho más de lo que yo puedo enseñar.
Me reconforta ver gente que pese a distintos problemas supera sus límites, porque realmente no existen sino que nosotros mismos nos los ponemos, me ilusiona ver el cariño que recibo, la alegría con la que preparo mis materiales para que luego sirvan para divertirse y aprender… me hace gracia que me llamen “seño” sin serlo, o que en las sesiones en la colchoneta, tirados en el suelo con los más peques ellos me vean como una más, y me traten como otra peque de su edad y ciertamente en eso me convierten muchas veces, en su amiga.
No lo dudo, si pudiese volver atrás volvería a elegir este camino. Y animo a todo aquel que sienta lo mismo que yo a que también lo haga. Seguro que no se arrepentirá.
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